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DISQUISIONES DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN SOBRE LA ETIMOLOGÍA DE LA ALPUJARRA EN SU OBRA “LA ALPUJARRA: SESENTA LEGUAS A CABALLO PRECEDIDAS DE SEIS EN

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Advirtiendo que “Discordes andan historiadores y orientalistas acerca del origen y significación de la palabra Alpujarra”, Pedro Antonio hace la siguiente enumeración:

“PRIMERA OPINIÓN.- Según Luis del Mármol, Alpujarra proviene de la voz árabe abuxarra, que él traduce: la rencillosa, la pendenciera”.

“SEGUNDA OPINIÓN.- D. Miguel Lafuente Alcántara dice lo mismo, como si lo copiara reverentemente, permitiéndose tan sólo traducir indomable en lugar de rencillosa, y conservando lo de pendenciera”.

“FUNDAMENTO DE ESTAS DOS OPINIONES.- Todos los cronistas antiguos están contestes, principiando por el historiador musulmán Aben-Ragid, en que los Agarenos no lograron dominar las fragosidades alpujarreñas ni reducir a los cristianos que allí vivían, sino pasados siglos de la batalla de Guadalete y de la ocupación de casi toda la Península por las legiones Africanas y Asiáticas. Y, aún después; si éstas penetraron y reinaron en la Alpujarra, fue por la buena y a condición de tolerar la Religión del Crucificado, cuyo culto siguió, en efecto, siendo libre durante otros dos o tres siglos, hasta que poco a poco, y sin violencia alguna, los más absorbieron a los menos, o los menos se refundieron en los más, al punto de no quedar un solo alpujarreño que se acordase de la fe de sus mayores.- Creen, pues, Mármol y Lafuente Alcántara que los calificativos de rencillosa, pendenciera e indomable le venían como de molde a aquella región en los tiempos en que los moros tuvieron la primera idea de ella”.

“IMPUGNACIÓN DE TODO LO DICHO.- Es, sin embargo, muy de extrañar que el mismo Aben-Ragid, relator de esos hechos, nunca llame a la Alpujarra sino la Tierra del Sirgo (por la mucha seda que en ella se criaba); y sorprende aún más, que, después de haber publicado Mármol la citada versión, otros filólogos e historiadores hayan continuado poniendo en tela de juicio la verdadera significación del nombre que hoy lleva aquel territorio”.

“Romey y Mr. Sacy, por ejemplo (TERCERA OPINIÓN), se fijan en que Suar-el-Kaici y otros revoltosos de la Andalucía oriental levantaron por las Serranías de Granada algunas fortificaciones llamadas Al-Bord-jela, (Castillo de los Aliados), y creen que de este nombre vino a formarse el de Alpujarras”.

“En cambio (CUARTA OPINIÓN), Xerif Aledrix y nuestro insigne Conde aseguran por otro lado que Alpujarra vale tanto como Al-bugscharra, voz árabe que se interpreta Sierra de hierba o de pasto”.

Finalmente, el ilustrado orientalista y literato de nuestros días, Sr. Simonet, dice (QUINTA OPINIÓN) que no le parece buena ninguna de las traducciones que conoce de Albuxarrat (que, según él, era como verdaderamente llamaban los moros a aquella Serranía), y aventura la idea de si podrá traducirse Alba Sierra, aunque añade modestísimamente a renglón seguido que está muy lejos de creer haber acertado más que los otros”.

Prudentemente, Pedro Antonio de Alarcón ofrece al lector la posibilidad de escoger la teoría que más le guste mientras afirma de sí mismo “Yo no escojo ninguna... por la sencilla razón de que no sé el árabe” para continuar diciendo que “En lo que, a pesar mío, no puedo abstenerme de dar un humilde dictamen (o, por mejor decir, he tenido que darlo anticipadamente, al ponerle título a esta obra), es respecto de si debe escribirse La Alpujarra o Las Alpujarras” explicando que ha “optado por el singular” no sin “pasar antes por angustiosas vacilaciones”. Honestamente continúa: “Figuraos que el plural tenía en su abono estos antecedentes: Primero: El empleo que hacen de él varios autores antiguos y modernos siempre que hablan de aquel país; Segundo: El usarlo en la conversación bastantes gentes, bien que fuera de Andalucía; Y tercero, y mucho más importante: La autoridad de la Academia Española, que define así, en su Diccionario de la Lengua Castellana, la voz ALPUJARREÑO, ÑA: «Adj. que se aplica al natural de Las Alpujarras, y a lo perteneciente a ellas». Había, pues, harto motivo para decidirse por el plural, -y ya lo había usado yo mismo en cierta ocasión, obligado por la fuerza del consonante... Sin embargo, hacíaseme cuesta arriba escribir Alpujarras al frente de este libro y en la mayor parte de sus hojas, cuando toda mi vida había dicho y oído decir La Alpujarra; y como me pusiera a excogitar razones para mantenerme dentro de mi dulce rutina (¡qué rutina no es dulce en estos tiempos de tantas dislocaciones y extravíos!), encontré en apoyo del singular los tres fundamentos siguientes: Primero: Que Hurtado de Mendoza, Mármol, Lafuente Alcántara y otros escritores de muchas humanidades y escrupulosa conciencia, en sus Historias relativas a aquella región, la llaman siempre La Alpujarra; Segundo: Que del propio modo la mientan constantemente casi todos los naturales de la provincia de Granada, empezando por los de su culta capital; Y tercero, y principalísimo: Que así la nombran los mismos alpujarreños”. Más adelante nos explica que “Por lo demás, comprenderéis que a mí me importa un bledo que la Alpujarra se llame de este o del otro modo; -pues, como dice muy oportunamente la Julieta de Shakespeare: «Lo que llamamos rosa embalsamaría lo mismo el aire si tuviera cualquier otro nombre.».

Respecto a los límites de la Alpujarra nos dice que “en este punto la verdad y el error son más evidentes a mi juicio, y más fáciles, por tanto, de separar”. Y continúa diciendo que no sabe “quién sería el primero (tal vez Méndez de Silva) que escribió la peregrina especie de que «la Alpujarra, mide diez y siete leguas de longitud desde Motril a Almería, por once de anchura, desde Sierra Nevada al mar»...”
Preciso es hacer un amplio parántesis para hablar de la legua como unidad de medida.
La legua castellana se fijó originalmente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,19 km o unas 2,6 millas romanas, y variaba de modo notable según los distintos reinos españoles y aun según distintas provincias, quedando establecida en el siglo XVI como 20.000 pies castellanos, es decir, entre 5.573 y 5.914 metros. La legua de 20 al grado comenzó a ser utilizada en España en el siglo XVII en sustitución de la legua de 17,5 al grado, es decir de 17,5 leguas por grado de longitud
Siguió utilizándose de forma profusa mucho después de ser oficialmente abolida por Felipe II en 1568, pero Carlos IV por Real Orden de 26 de enero de 1801 estableció:

“Para que la legua corresponda próximamente a lo que en toda España se ha llamado y llama legua, que es el camino que regularmente se anda en una hora, será dicha legua de veinte mil pies; La que se usará en todos los casos que se trate de ella, sean caminos Reales, en los Tribunales y fuera de ellos”.
Retomando la explicación de Pedro Antonio en el punto en que la dejamos, “- Fuera quien fuese, este deslinde tuvo la fortuna de que lo copiasen al pie de la letra muchos graves autores, y hoy sigue dando la vuelta al mundo, en Diccionarios geográficos, Enciclopedias, Guías, y toda clase de itinerarios pintorescos, como una verdad de a folio”. Pero esta valoración es errónea y “La prueba es que los mismos historiadores del siglo XVI, que la transcriben a cierraojos, distinguen luego entre Tierra de Motril, Alpujarra y Tierra, o río de Almería, presentando cada región por separado como cosas muy diferentes. Y, por si esto no bastara, esos mismísimos historiadores, al describir en otros pasajes la comarca alpujarreña, la dividen en las tahas o distritos que contenían, resultando de sus propios datos que no abarcaba, ni con mucho, las vertientes orientales de Sierra de Gádor ni las occidentales de Sierra de Lújar. Por último: ningún motrileño ni almeriense (exceptuando a los nacidos en la banda occidental de Sierra de Gádor: que tienen razón en creerse alpujarreños), se ha considerado jamás a sí propio como hijo de la Alpujarra.”

Nuestro autor nos recuerda que “Ya lo he indicado muchas veces (apoyándome en idénticas consideraciones que ahora): por Alpujarra se entiende todo el terreno comprendido entre Sierra Nevada y el mar, y encerrado luego, como en un rectángulo, por las sierras laterales; es decir: todo lo que queda dentro del horizonte sensible que se abarca desde las cimas del Cerrajon de Murtas; todo lo que sería un solo valle, a no existir la Contraviesa; todo lo que, visto desde el mar de Albuñol, mirando al Mulhacén, tiene, en fin, un cielo común...” porque “El común denominador, la razón de ser de la Alpujarra como comarca, es el cinturón de cumbres y olas que la rodea, el pedazo de cielo que la cobija”. Y nos aclara que en “la frontera occidental de la Alpujarra principia en el Picacho de Veleta; baja con el río de Lanjarón hasta el río de Órgiva; gana luego la Sierra de Lújar, y corre (por donde mismo va la raya del Partido judicial de Motril) hasta caer al mar entre Castel de Ferro y Torre de Paños. Y la frontera occidental empieza hacia Ohánes; busca las crestas de Sierra de Gádor, y va a morir en la Punta de las Sentinas.- Dicho se está, por consiguiente, que quedan reducidas a diez u once las famosas diez y siete leguas del consabido geógrafo”. Mientras que de los límites al Norte y Sur “no hay que ocuparse” porque son evidentes “el Mediterráneo y Sierra Nevada.- Sólo advertiré que, entre Sierra Nevada, y el Mediterráneo, en línea perpendicular, no median nunca las pretendidas once leguas, sino ocho, todo lo más; y esto, sólo hacia el Campo de Dalias; que, por los puntos restantes, apenas llegarán a siete, -midiendo siempre a vuelo de pájaro”.

Granada, 6 de Enero de 2.008

LOS MÁRTIRES DE LA ALPUJARRA Y LA REBELIÓN MORISCA

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Las Capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos Isabel y Fernando y el Rey Boabdil establecían condiciones respetuosas para los musulmanes y sus tradiciones. Fray Hernando de Talavera, el primer Arzobispo de Granada, recibió el encargo de los Reyes Católicos de promover la conversión pacífica de los moriscos al Cristianismo. Ante sus escasos progresos se encarga al Cardenal Cisneros asumir la tarea de conversión. El empeño de Cisneros, que llegó incluso a la quema de Coranes y otros libros escritos en árabe en la Plaza de Bibarrambla, encontró la oposición morisca que llegó a una rebelión en 1.500 que fue sofocada el año siguiente por las fuerzas bajo el mando del Conde de Tendilla. La rebelión se interpretó como una deslealtad que liberaba a la monarquía de las obligaciones contraídas con Boabdil y en consecuencia la Pragmática de 14 de Febrero de 1.502 planteaba expulsión de todos los musulmanes del Reino de Granada que no se convirtieran al Cristianismo. Miles de musulmanes se bautizaron pero como señaló Luis del Mármol Carvajal en la obra que más adelante comento, aun cuando “con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y ceremonias de la seta de Mahoma” destacando que “si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y dias de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el oleo santo, y hacian sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones de la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros”.

Para conocer la rebelión morisca de 1.568 a 1.571, que se denomina de La Alpujarra aunque en su apogeo se extendió por las zonas comprendidas entre la Serranía de Ronda y Murcia, contamos con la obra de tres autores que participaron en ella, todos cristianos aunque no todos cristianos viejos: Diego Hurtado de Mendoza, Ginés Pérez de Hyta y Luis del Mármol Carvajal.

El primero, Diego Hurtado de Mendoza, nacido en la Alhambra e hijo del famoso conde de Tendilla, había desempeñado cargos militares y diplomáticos, y contaba más de 60 años de edad cuando en 1.569 se le envía al Reino de Granada para asumir funciones que hoy denominaríamos de logística y planificación después de que su sobrino, el Marqués de Mondéjar, fuese reemplazado por don Juan de Austria. Su inconclusa obra “Guerra de Granada” no pudo ser publicada si no en Lisboa en 1.627 debido a su carga crítica contra el Gobierno. Diego Hurtado de Mendoza considera como las principales causas generadoras de la guerra la opresión ejercida sobre los moriscos y la corrupción y, conforme avanzaba la guerra, la codicia de las tropas gubernamentales. Para comprender su postura crítica no debemos olvidar que antes de partir hacia Granada había estado preso y que su familia, otrora todopoderosa en Granada desde la Reconquista, había perdido paulatinamente su poder y privilegios. Volviendo a la obra de Diego Hurtado de Mendoza, esta sigue el estilo de autores clásicos como Salustio o Tácito poniendo discursos en boca de los principales protagonistas y describe al rebelde Abén Umeya poseedor de condiciones cabellerescas apartándole de la intransigencia y crueldad de muchos de sus seguidores. El lirismo de la obra encuentra un punto destacable cuando el Duque de Arcos en Sierra Bermeja encuentra los despojos de las fuerzas que al mando de don Alonso de Aguilar fueron aniquiladas en la anterior rebelión morisca de 1.500, pudiendo ser una evocación de otra escena similar recogida por Tácito en sus Anales en la que cuenta la sepultura que las tropas de Germánico dieron a los muertos de las legiones al mando de Varo masacradas en el bosque de Teoteburgo en el año 9 antes de Cristo por las fuerzas de Arminius.

El segundo de los autores citados, Ginés Pérez de Hyta, en un principio llamado de la Chica, fue un maestro zapatero, poeta y empresario teatral nacido en algún lugar de Murcia que al estallar la guerra se alistó como voluntario en las milicias de la ciudad de Loca que se integraron bajo el mando de don Luis Fajardo, Marqués de los Vélez. Hyta escribió sus “Guerras Civiles de Granada” como una continuación de su anterior “Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes”, relato este último que ambientado en la Granada nazarí bebía de la tradición de la novela caballeresca y obtuvo un inmediato éxito en España y en Europa. Las “Guerras Civiles” o “Guerras Civiles de Granada”, unidas en una misma obra a su anterior novela, reciben el largo título de “Las Guerras civiles de Granada”, cuyo título completo es “Historia de las bandas de los zegríes, caballeros moros de Granada, y de las guerras que hubo en ella” y mezclan de forma novelada literatura y poesía incluyendo numerosos romances populares, bebiendo indirectamente de Diego Hurtado de Mendoza a través del poema épico “La Austriada”, versificación de la obra de este último debida a Juan Rufo. El mismo título de la obra, “Guerras Civiles” de manera abreviada, refleja que para Hyta, el autor más favorable a los moriscos, la revuelta fue una lucha entre compatriotas. No debe escaparse que es innegable que Hyta convivió con moriscos en tierras de Murcia y que probablemente no fuese cristiano viejo y quizás sí un morisco asimilado o descendiente de tales.

El tercer autor citado pero sobre el que vamos a volver más a menudo en este trabajo es Luis del Mármol Carvajal, hijo ilegítimo nacido en Granada alrededor de 1.524 de la relación existente entre un funcionario judeoconverso que trabajaba en la Real Chancillería y una mujer que quizás fuera morisca. Luis del Mármol Carvajal escribió la “Historia del rebelión y castigo los moriscos”. Este autor, de vida intensa y aventurera, fue militar y tras una incursión en África sufrió cautiverio en tierras del actual Marruecos durante 8 años. Una vez liberado recorrió África desde Marruecos a Egipto llegando por el sur hasta Mauritania, plasmando la experiencia de esos viajes en su obra “Descripción General de África (1573 y 1599)”. Participó junto a las fuerzas gubernamentales en la rebelión de La Alpujarra como interventor y abastecedor, señalándose que acusado de malversación al terminar la campaña fue posteriormente absuelto. La suya es una obra imprescindible para el estudio de la historia del Reino de Granada desde la Edad Media hasta la rebelión siendo destacable que casi la tercera parte de su extensión se dedica a estudiar las causas de la sublevación. El rigor de la obra destaca por la inclusión de documentos tales como las capitulaciones para la entrega de Granada, el memorial de Núñez Muley defendiendo la identidad morisca y cartas incautadas a los rebeldes. Sin lugar a dudas es de los tres autores el que trata con más rigor y extensión el conflicto, y aunque no es tan crítico como los otros dos respecto a las acciones del Gobierno, sí denuncia los atropellos cometidos por las fuerzas gubernamentales.

Las simpatías de gran parte de la población morisca hacia sus correligionarios del norte de África, las actuaciones de monfíes o bandoleros musulmanes, las acciones piráticas de turcos y berberiscos a menudo apoyadas por los moriscos, la amenazadora expansión turca sólo parcialmente frenada tiempo después en la batalla naval de Lepanto en 1.571 y las tensiones que separaban a cristianos de musulmanes eran fuente permanente de preocupación y alarma creciente para la Corona y la población cristiana. Con este ambiente como telón de fondo se celebra en Granada en 1.565 un sínodo en el que se acuerda adoptar medidas que estimulen la asimilación de los moriscos al resto de la población católica.

Como reflejo de la tensión puede señalarse que en 1.566 piratas berberiscos guiados por dos moriscos desembarcan en Cabo de Gata saqueando las localidades de Tabernas y Lucainena. La expedición pirática concluye tomando los asaltantes como cautivos a los cristianos viejos de Tabernas mientras que los moriscos de Tabernas, en acuerdo con los asaltantes, embarcan voluntariamente con ellos. Este ataque de 1.566 no fue un hecho aislado. Entre otras acciones puede citarse la del 7 de Agosto de 1.549 en que 150 piratas saquean la localidad de Albuñol y raptan 34 cristianos viejos con la colaboración de los pobladores moriscos de la localidad, siendo 5 de ellos procesados por la Capitanía General. Estas incursiones de piratas turcos y berberiscos se extendían por el sur y levante de España y se habían hecho cada vez más frecuentes desde que los turcos habían arrebatado a los españoles las posesiones norteafricanas de Trípoli, Bujía y el Peñón de Vélez de la Gomera en la década de 1.550. Para comprometer más aun la posición española, se produjo el naufragio de la flota de galeras en las costas de la actual localidad La Herradura, dentro del término municipal de Almuñécar, Granada, en 1.562 a causa de un temporal. El problema turco berberisco había hecho que 1.563 la Capitanía General del Reino de Granada prohibiera a los “gazís” o moricos habitar en las costas obligándoseles a alejarse más de 12 leguas tierra adentro, disposición que no parece haberse cumplido.

Ha de considerase que tras la Reconquista la capacidad militar en el Reino de Granada era manifiestamente insuficiente al existir amplios espacios vacíos de población leal al gobierno en el litoral y en el interior consecuencia tanto del éxodo demográfico musulmán a tierras Berbería como de la desconfianza provocada por los moriscos que habitaban esas tierras. En consecuencia, la Corona facilitó la repoblación del territorio con cristianos viejos procedentes de otros Reinos hispánicos por medio de concesión de tierras, bienes inmuebles y y exenciones fiscales. Aun con el evidente malestar morisco esta política repobladora favoreció que hacia 1.500 quizás pudieran habitar el Reino de Granada unos 40.000 repobladores cristianos y leales a la Corona.

La desconfianza y las medidas restrictivas sobre los moriscos se hacen cada vez más pesadas llegándose a prohibir sus prácticas tradicionales por medio de una Pragmática en 1.567. Pero el desencadenante más inmediato de la rebelión ha sido señalado en 1.568 cuando comienza a introducirse en el Reino de Granada seda procedente de Murcia a precios más bajos, siendo esta una industria que atendía fundamentalmente la población morisca y causándole problemas de subsistencia. Esta introducción de seda murciana tiene mucho que ver con una serie de medidas fiscales que perjudican notablemente a los moriscos. Debe considerase entre otros hechos, que desde 1.559 y hasta 1.568 se procedió a investigar la propiedad de bienes raíces en manos moriscas en todo el Reino de Granada, exigiéndoseles la presentación de sus títulos de propiedad de época nazarí con negativas consecuencias para muchos que no pudieron aportarlas.

Las acciones de los monfíes, o bandoleros musulmanes, siempre en aumento, así como las incursiones de piratas berberiscos que he comentado unas líneas antes, creaban ansiedad y temor entre los cristianos al tiempo que se propagaban rumores respecto de una inminente rebelión en la que los moriscos se apoderarían de Granada. Esta rebelión, que parecía estar fechada para el 15 de Abril de 1.568, Jueves Santo, fue retrasada debido a que las fuerzas leales a la Corona recibieron información de los planes. La noche del 16 de Abril, el día siguiente al de la fallida conjura, una falsa alarma tocada desde de La Alhambra provocó un incidente en el cual los cristianos, creyendo al oir los cañonazos disparados desde La Alhambra haberse producido un alzamiento rebelde, estuvieron a punto de asaltar el barrio morisco del Albaicín, cosa que impidieron las fuerzas acantonadas en la ciudad. En el Verano el Marqués de Mondéjar mandó al Rey Felipe II dos cartas de moriscos dirigidas al Rey de Fez que habían sido interceptadas. El Marqués, cercano a los moriscos por los intereses de corte cuasi feudal que mantenía su familia en Granada desde la Reconquista, muestra siempre su oposición a la intención de expulsar a los moriscos a otros Reinos de España temiendo que ello pudiera ocasionar una rebelión. Como refiere Hurtado de Mendoza el temor a la rebelión, que había sido pospuesta para Navidad pero no evitada, no era compartido por el círculo gubernativo cercano al monarca. Los hechos dieron la razón a los rumores que circulaban por Granada y el 24 de Diciembre de 1.568 los moriscos se levantaron en armas eligiendo Rey a Hernando de Córdoba y Válor, el cual adoptó el nombre árabe de Aben Humeya, siendo primera seña de aquella revuelta, que pronto devino en virulenta guerra, la crueldad con que se trató en los primeros momentos a los cristianos viejos que cayeron en manos rebeldes y que a causa de sus sufrimientos han sido conocidos como los "Mártires de la rebelión" o "Mártires de la Alpujarra". Aquellos cristianos viejos masacrados de manera espontánea y popularmente aceptada por los moriscos en los momentos iniciales de su rebelión lo fueron dentro de un contexto de crueldad generalizada e innecesaria que hoy denominaríamos limpieza étnica. La magnitud de las matanzas de los rebeldes unida a la dureza de la guerra contagió a las fuerzas gubernamentales haciendo de aquella una crudelísima guerra en la que las fuerzas cristianas procedieron también a la realización de matanzas y actos deplorables. Estas fuerzas, articuladas en ejércitos reales y milicias populares, estuvieron primero bajo las órdenes de los Marqueses de Mondejar y el de los Vélez para pasar, desde Abril de 1.569, a estar bajo las del hermanastro real don Juan de Austria, aquel que en 1.571 derrotará a la poderosísima y más numerosa flota turca en Lepanto conjurando así el peligro de colapso de las monarquías cristianas ante la agresividad turca. Junto a los ejércitos reales las ciudades organizaron milicias que actuaron en operaciones militares de menor envergadura o expediciones que se vinieron en llamar "cabalgadas". Los moriscos, en espera de la ayuda procedente de sus correligionarios norteafricanos, ayuda que no llegó a ser significativa debido a la intervención de la flota española, huyeron en lo posible de los grandes enfrentamientos en terreno abierto buscando una táctica de hostigamiento que hizo amplio uso de emboscadas y golpes de mano.

Tratando más pormenorizadamente lo relativo a los momentos iniciales de la rebelión, Diego Hurtado de Mendoza dice que los moriscos acordaron que comenzara “la noche de Navidad, que la gente de todos los pueblos está en las iglesias, solas las casas, y las personas ocupadas en oraciones y sacrificios; cuando descuidados, desarmados, torpes con el frio, suspensos con la devoción, fácilmente podían ser oprimidos de gente atenta, armada, suelta y acostumbrada a saltos semejantes". Luis del Mármol Carvajal comenta el rumor extendido por los moriscos de que los turcos llegarían en Nochebuena para favorecer la rebelión del Albaicín. Para apoyar el rumor, unos 8.000 rebeldes avanzarían sobre Granada llevando tocados turcos para provocar entre los moriscos de la ciudad la creencia del esperado desembarco y así estimularles a la insurrección. El mismo autor refiere que ya el Jueves 23 de Diciembre se produjeron varios incidentes armados en distintos puntos de La Alpujarra por iniciativa de monfíes. La mañana del Sábado 25 dos moriscos que llegaron de Órgiva informaron al Marqués de Mondéjar del comienzo de la rebelión en La Alpujarra y este creyó que actuaban juntos moriscos y turcos. La noche del 25 al 26, no pudiendo llegar ante la ciudad de Granada debido a las nieves los miles de moriscos esperados desde La Alpujarra, entró en el Albaicín Farax Aben Farax junto con unos 150 monfíes e "hizo que todos los compañeros dejasen los sombreros y monteras que llevaban, y se pusiesen bonetes colorados a la turques, y sus toquillas blancas encima, para que parecieses turcos". Desfilaron con sus banderas por las calles vacías del Albaicín, pusieron en fuga una patrulla y proclamaron la rebelión diciendo: “No hay más que Dios y Mahoma, su mensajero. Todos los moros que quisieren vengar las injurias que los cristianos han hecho a sus personas y ley, véngase a juntar con estas banderas, porque el rey de Argel y el Jerife, a quien Dios ensalce, nos favorecen, y nos han enviado toda esta gente y la que nos está aguardando allí arriba. Ea, ea, venid, venid; que ya es llegada nuestra hora, y toda la tierra de los moros está levantada". La patrulla que se había encontrado con la fuerza atacante avisó a Mondéjar pero este se negó a enviar sus fuerzas al Albaicín y dar la alarma. Luis del Mármol Carvajal, a quien estoy siguiendo en su relato salvo que cite a otro autor, refiere que el Marqués alegó no tener suficientes fuerzas y Diego Hurtado de Mendoza alega que los moriscos de la Vega esperaban oir las señales de alarma para comenzar el combate. Debe considerarse que la fuerza gubernamental podía, desde la fortaleza de La Alhambra, rechazar cualquier asalto, pero que corría el riesgo de ser superada combatiendo en el caso urbano a una presumible gran masa de rebeldes. Como Farax no consiguió convencer a los moriscos de la ciudad para unirse a la rebelión huyó antes del amanecer y por la mañana los castellanos viejos se dirigieron al Albaicín con la presumible intención de vengarse de los moriscos, cosa que las fuerzas al mando del Marqués de Mondejar impidieron. Los monfíes de Farax, huyendo de Granada, iniciaron la rebelión del valle de Lecrín afirmando que los sublevados habían tomado la ciudad Granada.

Recuperando las palabras del cronista Luis de Mármol Carvajal, en su “Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada” encontramos una sobrecogedora descripción de las matanzas que a manos de los sublevados tuvieron lugar en los primeros momentos de la rebelión y que a continuación cito:

“Jubiles es el lugar principal desta taa, donde se ven las ruinas de un castillo antiguo, en un sitio asaz grande y fuerte, en el cual dicen los moriscos antiguos que habia en tiempo de moros un alcaide y gente de guerra para tener sujetos los lugares de aquel partido, que eran los mas inquietos de la Alpujarra, bárbaros y bestiales sobremanera. Levantáronse los moriscos deste lugar y de los otros desta taa el viérnes víspera de Navidad, cuando los monfís hubieron muerto los cristianos que fueron a alojarse á Cadiar con el capitan Herrera, y lo primero que hicieron fué robar la iglesia y destruir cuanto habia en ella. Luego corrieron a las casas de loscristianos que moraban en el lugar, y no con menor cudicia que ira las saquearon, y prendiéndolos, los metieron en la iglesia con gente de guardia, y allí los tuvieron algunos días, predicándoles su seta y amonestándoles que se volviesen moros, hasta tanto que volvió Farax, y mandó que los matasen a todos; y por su órden los mataron el juéves 30 dias del mes de diciembre. (…) Lleváronlos desnudos en cueros, las manos atadas atrás, á una haza que estaba cerca de la iglesia , y allí los acabaron á cuchilladas (…) Y teniendo ya en aquel lugar para hacer lo mesmo de otros cristianos de los que tenian presos, acertó á pasar por allí don Hernando el Zaguer, que andaba requiriendo aquellos pueblos, y se los quitó y los entregó á un morisco del lugar, para que tuviese cargo de guardarlos hasta que se los pidiese. Estas crueldades que Aben Farax hacia, no aplacían nada al Zaguer; antes le aborrecía por ello á él y á los que con él andaban; mas no osaba contradecírselo, porque temía que los moros rebelados se lo ternían á mal, y dirían que favorecía a los cristianos, ó que se apiadaba delIos; y por el mesmo caso, haciéndose á la parte de Aben Farax, le alzarían por su gobernador, por ser hombre enemigo y perseguidor del nombre cristiano”.

“Los del lugar de Alcútar se alzaron el mesmo día que los de Jubíles, robaron la iglesia, hicieron pedazos los retablos y imágenes, destruyeron todas las cosas sagradas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no cometieron en compañía de los monfís y de Esteban Partal, su capitán”. Después de prender a muchos cristianos “llevándolos después á matar al lugar de Cuxurio con otros captivos, (…) mostraban gran sentimiento de pesar por no haber prendido al vicario Diego de Montoya, porque quisieran tomar muy de espacio venganza en el”.

“Tambíen se alzaron los del lugar de Narila el viernes en la noche, los cuales destruyeron y robaron la iglesia y las casas de los cristianos, y prendiéndolos á todos (…) los llevaron maniatados al lugar de Alcútar; y habiéndolos tenido allí predicándoles su seta y persuadiéndos que se tornasen moros, y amenazándoles que si no se hacian les darian cruelísimas muertes, cuando vieron que les aprovechaban poco sus persuasiones y amenazas” los mataron.

“El lugar de Cuxurio de Bérchul se alzó cuando los otros desta taa, y los rebeldes dichos con cruelísima rabia entraron lo primero en la iglesia, y haciendo pedazos los retablos y las imágenes y la pila del santo baptismo, quebraron el arca del Santísimo Sacramento, y no hallando la sagrada hostia de la Eucaristía, que la habia consumido el beneficiado Pedro Crespo, arrojaron con menosprecio y desden todas las cosas sagradas por el suelo. Luego fueron á saquear las casas de los cristianos, y prendieron al beneficiado, que se habia escondido en casa de un morisco su amigo, y le mataron cruelísiamente. A este lugar llevaron los cristianos que habían captivado en el lugar de Alcútar y Narila, y los mataron á todos delante de la iglesia. Al beneficiado Juan de Montoya, que habia sido preso en Alcútar, sacó uno de aquellos herejes el ojo derecho con un puñal, y luego les tiraron á todos al terrero con las ballestas y con los arcabuces, estando presentes á ello Esteban Partal y Lope el Seniz y otros capitanes de monfís”.

“Los de Mecina de Bombaron se alzaron tambíen el viérnes en la noche, saquearon luego la iglesia, quebraron los retablos, despedazaron las venerables imágines, deshicieron los altares , y finalmente destruyeron y robaron todas las cosas sagradas; y hallando á los cristianos descuidados, los prendieron á todos y les saquearon las casas. En este lugar arbolaron los rebeldes una bandera de tafetan carmesí bordada de hilo de oro, y en medio un castillo con tres torres de plata, que la tenían guardada de tiempo de moros, y el que la tenía se llamaba Andrés Hami, vecino del mesmo lugar. Prendieron al beneficiado Francisco de Cervilla en su casa, y atándole las manos atrás, le dieron muchos bofetones y palos, y le llevaron de aposento en aposento, hasta que les entregó el dinero y la ropa que tenía; y después sacándole fuera, se adelantó un moro que solía ser grande amigo suyo, y haciéndose encontradizo con él en el umbral de la puerta, le atravesó una espada por el cuerpo diciéndole : "Toma, amigo; que mas vale que te mate yo que otro;" y allí le acabaron de matar los sacrílegos á pedradas y cuchilladas. Y no contentos con esto, tomó uno de los que allí estaban un palo, y le quebrantó todo el cuerpo á palos desde los piés hasta la cabeza; y otro dia de mañana le sacaron arrastrando fuera del lugar, y le echaron en un barranco. No mucho después mataron todos los cristianos que tenian captivos, y entre ellos al beneficiado Juan Gomez el viejo y al cura Juan Palomo, haciendo en ellos mil géneros de vituperios y crueldades. Fué cruel perseguidor de cristianos en este lugar Miguel Daloy, alguacil dél”.

“El lugar de Válor está en dos barrios; el alto y el bajo; entrambos se alzaron el viérnes en la noche. Los cristianos clérigos y legos que allí moraban se recogieron, en sintiendo el alboroto, a la torre de la iglesia del barrio bajo, donde estuvieron con harto cuidado aquella noche. Los moros saquearon y robaron la iglesia del barrio alto y las casas de los cristianos; y otro día de mañana los cercaron en la torre, y asegurándoles Bernardino Abenzaba que no les harían níngun mal, los captivaron a todos; y desque hubieron destruído y robado tambien aquella iglesia, los llevaron maniatados a unas casas, y allí les predicaron algunos días la seta de Mahoma; y viendo que aprovechaba poco su predicacion, porque todos decían que eran cristianos y que habían de morir por Jesucristo, sacaron los herejes a los hombres desnudos y maniatados fuera del lugar, y poniéndolos á terrero, les tiraron con arcabuces y ballestas”.

“El mesmo día y en la mesma hora que se alzó Válor, se alzaron los lugares de Yégen y Yátor, en los cuales no fueron menores las crueldades que usaron los enemigos de Dios. Destruyeron y robaron las iglesias y las casas de los cristianos, captiváronlos a todos, y haciéndoles muchos malos tratamientos, vinieron después a darles cruelísima muerte;” En “Ujíjar”, localidad que posteriormente se convertirá en símbolo del sufrimiento soportado por los “Martires de la Alpujarra”, se causó la muerte de “otros muchos cristianos que allí había”.

Ciertamente hubo también otros comportamientos entre los rebeldes. Luis del Mármol Carvajal refiere que los moriscos de Turón escoltaron a los cristianos de su población hasta Adra para salvarlos de los monfíes. Siguiendo la narración del escritor Pedro Antonio de Alarcón (1.833- 1.891) "cuando estalló la rebelión de los Moriscos, había en Ugíjar una Alcaldía Mayor con jurisdicción en toda la tierra alpujarreña. Era entonces Alcalde el licenciado León y Abad mayor el Maestro D. Diego Pérez. Fueron monfies capitaneados aquella vez por Aben-Aboo, que tenía agravios que vengar de las autoridades civil y eclesiástica. Aben-Humeya que lo supo, y como gran amigo del abad y de otros cristianos de Ugíjar, viendo el peligro en que se hallaban montó a caballo en Válor y corrió aceleradamente a su defensa... Pero cuando llegó todo era tarde, El Abad, seis Canónigos, el Alcalde Mayor y doscientos treinta y dos cristianos más habían muerto degollados... Aben - Humeya lloraba piadosamente”.

No obstante las excepciones, que seguramente fueron a menudo y en gran parte interesadas previendo la reacción contraria ante la generalidad y brutalidad de los crímenes, es evidente que se desató un deseo generalmente aceptado por la comunicad rebelada y llevada a cabo por monfíes y gandules, o jóvenes moriscos, de exterminar la población cristiana. La magnitud de la acción queda recogida en las siguientes palabras del Licenciado Francisco Zapata Pimentel (siglo XVII), Beneficiado y Vicario de la taha de Jubiles, de las Actas de Ujíjar, citadas por el padre Francisco Hitos en su libro de 1.934 "Mártires de La Alpujarra": “Por ser notorio en esta tierra y que lo dicen todos, que los dichos santos mártires, que hubo entre más de tres mil cristianos que entonces había entre los moriscos de esta tierra, en esta tribulación todos a una voz profesaron y defendieron la fe católica con sus vidas y constancia en ella y no variaron con las promesas ni las amenazas, ni en la ejecución de ella, porque ninguno se vio con muestra ni de flaqueza de ánimo; antes todos se animaban unos a otros con aquel espíritu y fervor de la primitiva Iglesia; hasta los niños, los ignorantes y los pastores”.

Tras la rebelión, “En la villa de Ujíjar de la Alpuxarra en quince días del mes de septiembre de 1606 (...). En este cabildo se trató como en esta villa se tiene devoción con una Ymagen de Nuestra Señora del Martirio que está en la Iglesia mayor de ella la qual estando en esta Santa Iglesia antes del rebelión de este reyno en el, los moros la quitaron del sitio, y lugar donde estava, y con una soga de esparto a la garganta la trajeron arrastrando por las calles, y la echaron en el fuego para quemarla (...). Los moros prosiguiendo en su mal intento la echaron en un pozo donde estuvo quinze, o diez y seis años hasta que en efecto del dicho pozo se sacó sin estar corrupta ni maltratada la madera de la Bendita Ymagen la qual esta villa ha tenido, y tiene por Patrona, y Abogada, y por de mas desta a hecho otros milagros para continuación de la mucha debozion que esta villa y sus vecinos tienen y deseo de benerarla, y pareciendo que aviendola colocado, y puestola en el Altar mayor desta Santa Yglesia y échole todos los años una fiesta con la mayor solemnidad que a sido posible. Por que tan loable costumbre, y cosa tan acepta a los ojos de Dios Nuestro Señor que se honre, y sirva a su Bendita Madre no se pierda. Acordaron por si, y en nombre de toda esta villa a los del Concejo que la dicha fiesta se vote para que se cumpla (...) y prometieron a Dios Nuestro Señor y a su Bendita Madre que en cada año para agora, é para siempre jamás (...) se ha de hazer la fiesta de Nuestra Señora el primer lunes de octubre de cada año sin que se difiera ni deje pasar por ninguna causa”. La leyenda añade que cuando se limpiaba el pozo, este se iluminó y se oyó decir “Martirio es mi nombre”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 15 y 16 de Diciembre de 2.007

LA VIRGEN DEL MARTIRIO Y LA REBELIÓN DE LA ALPUJARRA

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En relación con Ugíjar se refiere que acaso Estrabón en el siglo I antes de Cristo la cita como la ciudad de Ulyssea fundada por Ulises, en la cual se edificó un templo dedicado a la diosa Atenea y en cuyos muros el mítico Ulises habría dejado escudos y espolones de sus naves. Parece ser que en aquellos tiempos las arenas del río eran muy ricas en oro. Habiendo alcanzado esplendor durante la época nazarí, Ugíjar formó parte del feudo que conservó Boabdil tras su capitulación ante los Reyes Católicos. En esta localidad se encuentra la Iglesia de estilo mudéjar de la Virgen del Martirio, Patrona de Las Alpujarras, Iglesia que previamente se encontró dedicada a la anterior Patrona de la comarca, la Virgen del Rosario. El motivo del cambio de la advocación de la Virgen nos lo explica el acta municipal que se reproduce a continuación:

“En la villa de Ujíjar de la Alpuxarra en quince días del mes de septiembre de 1606 (...). En este cabildo se trató como en esta villa se tiene devoción con una Ymagen de Nuestra Señora del Martirio que está en la Iglesia mayor de ella la qual estando en esta Santa Iglesia antes del rebelión de este reyno en el, los moros la quitaron del sitio, y lugar donde estava, y con una soga de esparto a la garganta la trajeron arrastrando por las calles, y la echaron en el fuego para quemarla (...). Los moros prosiguiendo en su mal intento la echaron en un pozo donde estuvo quinze, o diez y seis años hasta que en efecto del dicho pozo se sacó sin estar corrupta ni maltratada la madera de la Bendita Ymagen la qual esta villa ha tenido, y tiene por Patrona, y Abogada, y por de mas desta a hecho otros milagros para continuación de la mucha debozion que esta villa y sus vecinos tienen y deseo de benerarla, y pareciendo que aviendola colocado, y puestola en el Altar mayor desta Santa Yglesia y échole todos los años una fiesta con la mayor solemnidad que a sido posible. Por que tan loable costumbre, y cosa tan acepta a los ojos de Dios Nuestro Señor que se honre, y sirva a su Bendita Madre no se pierda. Acordaron por si, y en nombre de toda esta villa a los del Concejo que la dicha fiesta se vote para que se cumpla (...) y prometieron a Dios Nuestro Señor y a su Bendita Madre que en cada año para agora, é para siempre jamás (...) se ha de hazer la fiesta de Nuestra Señora el primer lunes de octubre de cada año sin que se difiera ni deje pasar por ninguna causa.”

La leyenda añade que cuando se limpiaba el pozo, este se iluminó y se oyó una voz decir “Martirio es mi nombre”.

Luis de Mármol Carvajal, contemporáneo a los acontecimientos, en su “Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada”, nos ofrece una sobrecogedora descripción de las matanzas perpetradas por los sublevados nada más estallar el conflicto, crueldad que contagiaría a las fuerzas gubernamentales. En palabras del escritor Pedro Antonio de Alarcón, nacido en Guadix (1.833 - 1.891), "cuando estalló la rebelión de los Moriscos, había en Ugíjar una Alcaldía Mayor con jurisdicción en toda la tierra alpujarreña. Era entonces Alcalde el licenciado León y Abad mayor el Maestro D. Diego Pérez. Fueron monfies capitaneados aquella vez por Aben-Aboo, que tenía agravios que vengar de las autoridades civil y eclesiástica. Aben-Humeya que lo supo, y como gran amigo del abad y de otros cristianos de Ugíjar, viendo el peligro en que se hallaban montó a caballo en Válor y corrió aceleradamente a su defensa... Pero cuando llegó todo era tarde, el Abad, seis Canónigos, el Alcalde Mayor y doscientos treinta y dos cristianos más habían muerto degollados (…) Aben - Humeya lloraba piadosamente”.

Aquellos cristianos que sufrieron el odio de los sublevados, no sólo en Ugíjar, y que Francisco Zapata Pimentel (siglo XVII), citado por el padre Francisco Hitos en su libro de 1.934 "Mártires de La Alpujarra", cifra en más de 3.000, fueron llamados “Mártires de la rebelión" o "Mártires de la Alpujarra", por lo que la Virgen del Martirio, con su nombre, les recuerda. De los orígenes mitológicos apuntados por Estrabón no se han encontrado vestigios y de la virulencia de la rebelión ya no se habla, pero en el pueblo aun se conserva una pequeña ermita llamada el Pozo de la Virgen en cuyo interior se encuentra el pozo en el que se recuperó la talla de la Virgen. Atribuyéndole la piedad popular propiedades milagrosas a su agua, ha de recordarse a Tertuliano cuando dice “sanguis martyrum, semen christianorum!”, es decir, ¡la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos!

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 16 de Diciembre de 2.007

EL CARBONERO ALCALDE

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En la localidad de La Peza hay un busto de un hombre de cabellos encrespados y largas patillas que nos recuerda al personaje televisivo de Curro Jiménez. El busto se sitúa sobre una gran base a modo de monolito y representa a Manuel Atienza, Alcalde de la localidad a la llegada de los invasores franceses. En la base del monumento reza la siguiente inscripción en letras mayúsculas "A MANUEL ATIENZA EL CARBONERO ALCALDE Y AL PUEBLO DE LA PEZA HONOR Y GLORIA EN RECUERDO DE LA HEROICA GESTA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EL 15 ABRIL 1810 EL MUNICIPIO DE LA PEZA ESTE MONUMENTO SE INAUGURO EL 17 MAYO 1995 SIENDO ALCALDE D MANUEL MAIQUEZ RODRIGUEZ". Una placa en el Tajo de Barruecos, donde se arrojó Manuel Atienza evitando ser capturado con vida por los franceses, lleva inscrita la frase “yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse”.

En 1.859, Pedro Antonio de Alarcón (1.833–1.891) nos contaba la gesta del carbonero Alcalde y de todos los vecinos de La Peza que el día 15 de Abril de 1.810 se enfrentaron contra las fuerzas francesas y ofrecieron ese día y 4 después ante una nueva operación de castigo una resistencia heroica. Pedro Antonio de Alarcón, nacido en Guadix en 1.833 a no mucha distancia de La Peza, narra la desigual lucha a la que se entregó toda la población de esta localidad. La Peza destacaba por la fabricación de carbón vegetal y hasta poco antes de la fecha del relato había sido un importante punto del camino viejo de Guadix a Granada, importancia que declinó al potenciarse la actual vía que atraviesa el Puerto de la Mora y sobre cuyo trazado pasa la actual autovía. Muestra de esa pasada importancia son las ruinas del castillo medieval que se conservan en la parte alta de un pueblo que hasta el siglo XVI había vivido fundamentalmente de la labranza y el pastoreo.

Retomando la historia del Carbonero Alcalde, dejemos que sean las palabras de Pedro Antonio de Alarcón las que nos expliquen aquellos hechos, de cuyo relato me he permitido entresacar los fragmentos más significativos. Nos cuenta el escritor que habiéndose asentado los invasores franceses en Guadix y esperándose que una columna de doscientos hombres se dirigiera a tomar posesión de la villa de La Peza, en ella “hallábanse cortadas todas sus avenidas por una muralla de troncos de encina y de otros árboles gigantescos, que la población en masa bajaba del monte vecino, y con los que formaba pilas no muy fáciles de superar” ofreciendo “aquel recio muro de madera (…) una especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y encima de esta torre habían colocado los lapezeños (¡asómbrense ustedes!) cierto formidable cañón, fabricado por ellos mismos, y de que ha quedado imperecedera memoria; el cual consistía en un colosal tronco de encina ahuecado al fuego, ceñido con recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no sé cuántas libras de pólvora y una infinidad de balas, piedras, pedazos de hierro viejo y otros proyectiles por el estilo”. Además de con el cañón, los lapezeños contaban escopetas, trabucos, cuchillos y poco más. Al frente de aquel grupo de vecinos figuraba como improvisado General el alcalde Manuel Atienza.

“Los doscientos lapezeños toman las armas y se forman en batalla enfrente del Ayuntamiento” por la llegada de los franceses y ante el grito de los congregados de “-¡Viva el señor alcalde!”, este responde “-¡Qué alcalde ni qué cuerno! ¡Viva Dios! ¡Viva Lapeza! ¡Viva la independencia española!”. (…) “Una vez cambiado este saludo de guerra, su merced ordena a Jacinto que toque un largo redoble; llama a su lado al pregonero y, por boca de éste, que repite una a una y hasta media a media las palabras del caudillo, pronuncia la siguiente proclama, no escrita: «Por noticias del tío Piorno se ha sabido que el enemigo de la patria viene hoy a Lapeza a conquistarnos y robarnos los bienes; y nosotros con la bendición del señor cura, y el auxilio de nuestra santa patrona la Virgen del Rosario, vamos a defendernos como buenos españoles y a mostrar a la ciudad de Guadix, que si ella se ha entregado al francés, los vecinos de Lapeza saben morir, como murieron los vecinos de Madrid el día Dos de Mayo, o vencer, como vencieron los vecinos de Bailén hace dos años; y, en su virtud, el alcalde hace saber a estos vecinos que el que no perezca en el presente día defendiendo su casa, será declarado mal español y traidor a la patria, y morirá, como corresponde, colgado de una encina de la sierra. Y para que conste, no sabiendo firmar, lo hace su merced con la cruz que acostumbra, de que certifica el infrascrito. ¡Viva Dios! ¡Viva la Virgen! ¡Viva España! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera Pepe Botellas! ¡Mueran los franceses! ¡Muera Godinot! ¡Mueran los traidores!».(…) “El cura bendecía y absolvía una vez más a sus animosos feligreses”, (…) “casi todas las mujeres rezaban en la iglesia; y en cuanto a los niños, habíase dispuesto aquella mañana mandarlos todos a lo alto de Sierra Nevada, a fin de que sus vidas no corriesen peligro, y pudieran servir, andando los años, para rechazar otra invasión extranjera”. En esto estaban cuando hacia las tres de la tarde “una nube de polvo indicó (…) la proximidad del enemigo” y ante el sonido de algunos tiros “los lapezeños saltaron de entusiasmo”, al mismo tiempo que se izaron “en la antigua fortaleza de los moros, y en el parapeto de encima, dos o tres banderas hechas con pañuelos negros” mientras que “las campanas tocaron a rebato; muchas viejas empezaron a gritar, y los mozos a lanzar silbidos; algunas piedras zumbaron en el espacio, y los escopetazos del camino oyéronse más frecuentes y más próximos”. Ante la proximidad de los franceses, Manuel Atienza dijo: “A ver, Jacinto, que suene ese tambor... ¡España y a ellos! ¡Viva la Virgen!”.Tras esto, los franceses hicieron un alto ante “una nube de piedras y de balas” y “un momento después contestaron éstos con una nutrida descarga, que dejó fuera de combate cinco lapezeños”. Esta situación hizo que el acalde ordenara el alto el fuego, y explicó a sus vecinos: “Están todavía muy lejos y tenemos poca pólvora. Dejémosles acercarse... Ya sabéis que el cañón se reserva para lo último, y que hasta que yo tire el sombrero no se le arrima la mecha. Ustedes, señores, a ver si se callan y cuidan de los heridos”. Habiéndose acercado la formación enemiga, “los peones se replegaron a los dos lados del camino, dejando paso a la caballería” y el alcalde exclamó: “-¡Fuego!”. Tras esto, “allí fue lo horrible. Allí fue lo inenarrable” porque “franceses y españoles dispararon sus armas a un mismo tiempo, sembrando la tierra de cadáveres: la caballería aprovechó este momento para llegar al pie de la muralla, presumiendo sin duda poderla saltar con sus impetuosos bridones; centenares de piedras derrumbaron a caballos y jinetes; éstos empezaron, por su parte, a degollar a mansalva, y en aquel supremo tumulto, en medio de aquel estrago, de aquel torbellino, de aquella confusión, he aquí que estalla, por último, el tremendo cañonazo, produciendo un estampido fragoroso y llevando la muerte a sitiados y sitiadores”. Aquello se debía a “que el cañón había reventado al tiempo de disparar” porque “la encina, hecha pedazos, vomitaba la metralla en todas direcciones, lo mismo hacia atrás que hacia adelante y por los costados, revuelta con mil fragmentos de madera”. Y como los franceses “ignoraban los medios de defensa que aún podían tener reservados aquellos demonios; como tampoco sabían su número, y como todo lo temían ya de ellos, pensaron en salvarse a toda prisa; y, desordenados, dispersos, atropellando la caballería a la infantería, y desoyendo los soldados las voces de sus jefes, emprendieron una retirada muy semejante a una fuga, perseguidos por los gañanes, que aún tenían a su disposición tres leguas cubiertas de proyectiles para sus hondas, y por algunos escopeteros a quienes quedaban cartuchos”. Para oprobio de los invasores, estos se retiraron “apedreados (…), fusilados, ennegrecidos por la pólvora, cubiertos de sangre, sudor y polvo, y habiendo dejado cien hombres en Lapeza y en el camino, entraron en Guadix, a las ocho de la noche, los vencedores de Egipto, Italia y Alemania, vencidos aquel día por una fuerza inferior de pastores y carboneros”.

La reacción francesa tuvo lugar cuatro días después cuando “salían con dirección a la villa gobernada por Atienza dos mil cuatrocientos hombres de todas armas, al mando de un oficial general, y con tantos víveres y municiones como si se tratara de sitiar una plaza fuerte”. Pero “a nadie encontraron por el camino: ni un tiro, ni una pedrada los recibió. Todo era silencio y soledad en la ensangrentada villa”. Así que pudieron comprobar que “la destruida muralla de troncos no había sido recompuesta, y las campanas no hacían señal de la llegada del enemigo”. Y los franceses sólo encontraron “algunas pobres mujeres, que habían bajado aquel día a dar una vuelta por sus abandonados hogares y en busca de víveres para los emigrados” en “los rincones de la iglesia, adonde se habían guarecido, creyendo que allí las respetarían los ilustres conquistadores”. Pero “a falta de varones fuertes que vencer, ofrecióles allí la pérfida fortuna míseras doncellas que ultrajar, inocencia que escarnecer, virtud que cubrir de oprobio y amargura”. Tras esto, “ufanos y satisfechos volvían hacia Guadix aquellos héroes, llevando, como únicos prisioneros hechos en aquella ruidosa expedición, un inerme anciano, decrépito y enfermo, que encontraron en una choza, y un tímido adolescente que lo cuidaba, cuando la noticia de lo que sucedía en sus hogares, divulgada en la sierra por alguna atribulada fugitiva, precipitó sobre el camino a los enfurecidos padres, hermanos y novios, que bajaban de las alturas como despeñados torrentes”. Unos cien lapezeños “a las órdenes de Atienza y los dos mil cuatrocientos expedicionarios franceses” se enfrentaron, y “una vez lanzado el reto y trabada la lid, los lapezeños empezaron a batirse en retirada (…) con el fin de internar a los enemigos en las fragosidades de la sierra”. Y “estos cometieron la imprudencia de caer en el lazo; y si bien es verdad que sus terribles armas casi concluyeron con aquel puñado de valientes, no lo es menos que compraron la vida de cada uno” a un alto precio. Emilio Atienza, arrinconado y conminado a rendirse, responde “¡Yo no me rindo! -dice-. ¡Yo soy la villa de Lapeza, que muere antes de entregarse!”, rompe el bastón de Alcalde “entre sus manos, lo arroja a la faz de los franceses, y él se precipita detrás, cayendo contra las peñas de un hondo barranco, donde sus huesos de bronce crujen al saltar hechos astillas”.

Cuando el general Godinot en Guadix sabe que sus fuerzas sólo han traído prisioneros un viejo y un muchacho “insiste en que sean ahorcados los dos débiles prisioneros”. Procediéndose con la orden “ataron una soga al cuello del niño, y lo arrojaron desde un mirador de la casa del Ayuntamiento a la Plaza Mayor de Guadix” pero la soga se rompió “y el niño cayó contra el empedrado”. Tras esto, “anudaron la parte rota, tornaron a subir a la pobre criatura, colgáronlo de nuevo, y la soga se volvió a romper”. De nuevo en el suelo tenía todos los huesos rotos aunque no había muerto. “Entonces un oficial de dragones, conmovido al mirar que se pensaba en colgarlo por tercera vez, llegóse al infeliz... y le deshizo la cabeza de un pistoletazo”. Respecto al anciano, “saciada de este modo, al menos por aquel día, la ferocidad de los vencedores, dignáronse perdonar”le. “Diéronle, pues, libertad, y el pobre viejo salió de la plaza corriendo y tambaleándose, y tomó el camino de su pueblo, donde murió de tristeza aquella misma noche” porque “¡el niño asesinado en Guadix... era su hijo!”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 5 de Enero de 2008

LAPEZA PROCLAMA LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA

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Pedro Antonio de Alarcón (1.833–1.891) nos describe al pueblo de Lapeza en armas esperando la llegada de los franceses. Su relato, de 1.859, bien sirve para reflejar el sentimiento de oposición que la presencia francesa encontró en amplios sectores de la población española. Como nos cuenta nuestro autor, “Los doscientos lapezeños toman las armas y se forman en batalla enfrente del Ayuntamiento” y ante el grito de los congregados de “-¡Viva el señor alcalde!”, este responde “-¡Qué alcalde ni qué cuerno! ¡Viva Dios! ¡Viva Lapeza! ¡Viva la independencia española!”. (…) “Una vez cambiado este saludo de guerra, su merced ordena a Jacinto que toque un largo redoble; llama a su lado al pregonero y, por boca de éste, que repite una a una y hasta media a media las palabras del caudillo, pronuncia la siguiente proclama, no escrita: «Por noticias del tío Piorno se ha sabido que el enemigo de la patria viene hoy a Lapeza a conquistarnos y robarnos los bienes; y nosotros con la bendición del señor cura, y el auxilio de nuestra santa patrona la Virgen del Rosario, vamos a defendernos como buenos españoles y a mostrar a la ciudad de Guadix, que si ella se ha entregado al francés, los vecinos de Lapeza saben morir, como murieron los vecinos de Madrid el día Dos de Mayo, o vencer, como vencieron los vecinos de Bailén hace dos años; y, en su virtud, el alcalde hace saber a estos vecinos que el que no perezca en el presente día defendiendo su casa, será declarado mal español y traidor a la patria, y morirá, como corresponde, colgado de una encina de la sierra. Y para que conste, no sabiendo firmar, lo hace su merced con la cruz que acostumbra, de que certifica el infrascrito. ¡Viva Dios! ¡Viva la Virgen! ¡Viva España! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera Pepe Botellas! ¡Mueran los franceses! ¡Muera Godinot! ¡Mueran los traidores!».(…) “El cura bendecía y absolvía una vez más a sus animosos feligreses”, (…) “casi todas las mujeres rezaban en la iglesia; y en cuanto a los niños, habíase dispuesto aquella mañana mandarlos todos a lo alto de Sierra Nevada, a fin de que sus vidas no corriesen peligro, y pudieran servir, andando los años, para rechazar otra invasión extranjera”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila
Granada, 8 de Julio de 2008

Posicionamiento

EL CARBONERO ALCALDE Y LA VENGANZA FRANCESA SOBRE LA PEZA

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Habiendo tenido que retirarse con sensibles pérdidas el contingente francés que había intentado tomar Lapeza, la reacción francesa tuvo lugar cuatro días después cuando, de acuerdo con las palabras de Pedro Antonio de Alarcón (1.833–1.891) “salían con dirección a la villa gobernada por Atienza dos mil cuatrocientos hombres de todas armas, al mando de un oficial general, y con tantos víveres y municiones como si se tratara de sitiar una plaza fuerte”. Pero “a nadie encontraron por el camino: ni un tiro, ni una pedrada los recibió. Todo era silencio y soledad en la ensangrentada villa”. Así que pudieron comprobar que “la destruida muralla de troncos no había sido recompuesta, y las campanas no hacían señal de la llegada del enemigo”. Y los franceses sólo encontraron “algunas pobres mujeres, que habían bajado aquel día a dar una vuelta por sus abandonados hogares y en busca de víveres para los emigrados” en “los rincones de la iglesia, adonde se habían guarecido, creyendo que allí las respetarían los ilustres conquistadores”. Pero “a falta de varones fuertes que vencer, ofrecióles allí la pérfida fortuna míseras doncellas que ultrajar, inocencia que escarnecer, virtud que cubrir de oprobio y amargura”. Tras esto, “ufanos y satisfechos volvían hacia Guadix aquellos héroes, llevando, como únicos prisioneros hechos en aquella ruidosa expedición, un inerme anciano, decrépito y enfermo, que encontraron en una choza, y un tímido adolescente que lo cuidaba, cuando la noticia de lo que sucedía en sus hogares, divulgada en la sierra por alguna atribulada fugitiva, precipitó sobre el camino a los enfurecidos padres, hermanos y novios, que bajaban de las alturas como despeñados torrentes”. Unos cien lapezeños “a las órdenes de Atienza y los dos mil cuatrocientos expedicionarios franceses” se enfrentaron, y “una vez lanzado el reto y trabada la lid, los lapezeños empezaron a batirse en retirada (…) con el fin de internar a los enemigos en las fragosidades de la sierra”. Y “estos cometieron la imprudencia de caer en el lazo; y si bien es verdad que sus terribles armas casi concluyeron con aquel puñado de valientes, no lo es menos que compraron la vida de cada uno” a un alto precio. Emilio Atienza, arrinconado y conminado a rendirse, responde “¡Yo no me rindo! -dice-. ¡Yo soy la villa de Lapeza, que muere antes de entregarse!”, rompe el bastón de Alcalde “entre sus manos, lo arroja a la faz de los franceses, y él se precipita detrás, cayendo contra las peñas de un hondo barranco, donde sus huesos de bronce crujen al saltar hechos astillas”.

Cuando el general Godinot en Guadix sabe que sus fuerzas sólo han traído prisioneros un viejo y un muchacho “insiste en que sean ahorcados los dos débiles prisioneros”. Procediéndose con la orden “ataron una soga al cuello del niño, y lo arrojaron desde un mirador de la casa del Ayuntamiento a la Plaza Mayor de Guadix” pero la soga se rompió “y el niño cayó contra el empedrado”. Tras esto, “anudaron la parte rota, tornaron a subir a la pobre criatura, colgáronlo de nuevo, y la soga se volvió a romper”. De nuevo en el suelo tenía todos los huesos rotos aunque no había muerto. “Entonces un oficial de dragones, conmovido al mirar que se pensaba en colgarlo por tercera vez, llegóse al infeliz... y le deshizo la cabeza de un pistoletazo”. Respecto al anciano, “saciada de este modo, al menos por aquel día, la ferocidad de los vencedores, dignáronse perdonar”le. “Diéronle, pues, libertad, y el pobre viejo salió de la plaza corriendo y tambaleándose, y tomó el camino de su pueblo, donde murió de tristeza aquella misma noche” porque “¡el niño asesinado en Guadix... era su hijo!”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 8 de Julio de 2008

EL CARBONERO ALCALDE Y LA REITRADA FRANCESA DE LA PEZA

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En la localidad de La Peza hay un busto de un hombre de cabellos encrespados y largas patillas que nos recuerda al personaje televisivo de Curro Jiménez. El busto se sitúa sobre una gran base a modo de monolito y representa a Manuel Atienza, Alcalde de la localidad a la llegada de los invasores franceses. En la base del monumento reza la siguiente inscripción en letras mayúsculas "A MANUEL ATIENZA EL CARBONERO ALCALDE Y AL PUEBLO DE LA PEZA HONOR Y GLORIA EN RECUERDO DE LA HEROICA GESTA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EL 15 ABRIL 1810 EL MUNICIPIO DE LA PEZA ESTE MONUMENTO SE INAUGURO EL 17 MAYO 1995 SIENDO ALCALDE D MANUEL MAIQUEZ RODRIGUEZ". Una placa en el Tajo de Barruecos, donde se arrojó Manuel Atienza evitando ser capturado con vida por los franceses, lleva inscrita la frase “yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse”.

En 1.859, Pedro Antonio de Alarcón (1.833–1.891) nos contaba la gesta del carbonero Alcalde y de todos los vecinos de La Peza que el día 15 de Abril de 1.810 se enfrentaron contra las fuerzas francesas y ofrecieron ese día y 4 después ante una nueva operación de castigo una resistencia heroica. Pedro Antonio de Alarcón, nacido en Guadix en 1.833 a no mucha distancia de La Peza, narra la desigual lucha a la que se entregó toda la población de esta localidad. Nos cuenta el escritor que habiéndose asentado los invasores franceses en Guadix y esperándose que una columna de doscientos hombres se dirigiera a tomar posesión de la villa de La Peza, en ella “hallábanse cortadas todas sus avenidas por una muralla de troncos de encina y de otros árboles gigantescos, que la población en masa bajaba del monte vecino, y con los que formaba pilas no muy fáciles de superar” ofreciendo “aquel recio muro de madera (…) una especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y encima de esta torre habían colocado los lapezeños (¡asómbrense ustedes!) cierto formidable cañón, fabricado por ellos mismos, y de que ha quedado imperecedera memoria; el cual consistía en un colosal tronco de encina ahuecado al fuego, ceñido con recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no sé cuántas libras de pólvora y una infinidad de balas, piedras, pedazos de hierro viejo y otros proyectiles por el estilo”. Además de con el cañón, los lapezeños contaban escopetas, trabucos, cuchillos y poco más. Al frente de aquel grupo de vecinos figuraba como improvisado General el alcalde Manuel Atienza.
Llegado al pueblo un destacamento de 200 francesas, “allí fue lo horrible. Allí fue lo inenarrable” porque “franceses y españoles dispararon sus armas a un mismo tiempo, sembrando la tierra de cadáveres: la caballería aprovechó este momento para llegar al pie de la muralla, presumiendo sin duda poderla saltar con sus impetuosos bridones; centenares de piedras derrumbaron a caballos y jinetes; éstos empezaron, por su parte, a degollar a mansalva, y en aquel supremo tumulto, en medio de aquel estrago, de aquel torbellino, de aquella confusión, he aquí que estalla, por último, el tremendo cañonazo, produciendo un estampido fragoroso y llevando la muerte a sitiados y sitiadores”. Sorprendidos, los atacantes se retiran “apedreados (…), fusilados, ennegrecidos por la pólvora, cubiertos de sangre, sudor y polvo, y habiendo dejado cien hombres en Lapeza y en el camino, entraron en Guadix, a las ocho de la noche, los vencedores de Egipto, Italia y Alemania, vencidos aquel día por una fuerza inferior de pastores y carboneros”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 8 de Julio de 2008

MÁS FEO QUE PICIO

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Picio, citado en varias producciones literarias a partir de mediados del siglo XIX, es sinónimo de fealdad asociado al nombre de un zapatero de Alhendín que viviera en la primera mitad de ese siglo aunque no se ha probado su existencia real.

El afrancesado español Sebastián de Miñano y Bedoya (1.779- 1.845) - que fue político, escritor, periodista, historiador y geógrafo -, en su obra "Sátiras y panfletos del Trienio Constitucional (1.820-1.823)" hace una mención a Picio como alusión de Antonio Alcalá Galiano (1.789-1.865), político liberal exaltado del que Pío Baroja (1.872-1.856) afirmó en su obra "Desde la última vuelta del camino" que era "reputado por su elocuencia y por su fealdad". El texto es el siguiente: "Pero aun esto no es nada, si se compara con el mal pago que has dado a aquel anciano Picio, orador de hierro, fundador de templos fortificados, perseguidor de nombres gloriosos, imitador del dulce Robespierre y pretendiente a dictaduras y regencias. ¿Cómo pudiste dudar de su ardiente amor a la justicia desde que le viste denunciar al propio alcaide de la prisión en que se hallaba por haber tenido la condescendencia de permitirle ciertos desahogos que él mismo había solicitado? ¿Qué juez no fue venal en su boca? ¿Qué eclesiástico no fue un hipócrita? ¿Qué militar no fue cobarde? ¿Qué diputado no fue débil? ¿Qué ministro no fue un pastelero?". Por la misma época el escritor y autor dramático Manuel Bretón de los Herreros (1.796 – 1.873) escribió los siguientes versos: “Soy más feo que Picio / y es mi mayor suplicio / gustar de la hermosura. / Si al fin por desventura / acepta alguna bella / mi amor, ¡tal será ella! / Capricornium me fecit, lo preveo. / Ay desgraciado del que nace feo”. En su obra de 1.874 "El sombrero de tres picos", Pedro Antonio de Alarcón (1.833-1.891), nacido en Guadix (Granada) nos dice que "El tío Lucas era más feo que Picio". José Antonio Pascual Rodríguez (nacido en 1.942), lingüista y Catedrático de Lengua española de la Universidad Carlos III de Madrid y miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde 2.002 como sillón “k” pronuncia, con ocasión de su ingreso, un discurso en el que se refiere a Benito Pérez Galdós (1.843-1.920) diciendo: “Esto ocurre en una novela que Galdós no llegó a rematar: Rosalía, y esos huéspedes se llaman Miss Sherrywine 'solterona y marimacho de cincuenta años […] inteligente en vinos y toda clase de licores', cuyo exquisito gusto en esta espiritosa materia sería probado más adelante; Mister Trifles: 'anticuario, rebuscador de vasijas, trozos de mosaicos, manuscritos, objetos prehistóricos, retazos de sepulcros, relicarios y demás preciosos objetos…', cuyo significado aclara el propio novelista en una nota en el manuscrito: 'Baratijas'; Mister Pimp y su esposa Mistress Pimp, 'ambos tan pequeños que parecían enanos'. ¿Se sorprenderá el lector de que se presente más adelante a Pedro Picio como 'un joven [...] de extrema fealdad'?”.

El paremiólogo (1) así como musicólogo, filólogo y sacerdote José María Sbarbi y Osuna (1.834- 1.910) nos contaba en su obra "Gran Diccionario de Refranes de la lengua española" que Picio, un zapatero natural de Alhendín que vivió a primeros del siglo XIX, fue condenado a la pena de muerte y que hallándose en capilla antes de ser ejecutado recibió la noticia del indulto causándole tal impresión que se quedó a poco sin pelo, cejas ni pestañas y con la cara tan deforme y llena de tumores que pasó a ser citado como modelo de fealdad más horrorosa. Sbarbi refiere haber hablado con personas que habían conocido a Picio, que este se mudó a Lanjarón y que de allí, fue expulsado por no entrar jamás en la Iglesia al no querer descubrir su cabeza y que marchó a Granada donde murió poco después. Se dice que cuando el cura iba a darle la extremaunción usó una caña porque debido a la fealdad del moribundo le aterraba acercarse. José María Iribarren (1.906-1.971), que además de paremiólogo (1) fue escritor, periodista, lexicógrafo y abogado, a pesar de dudar de la historicidad del personaje nos cuenta en su obra de 1.955 "El porqué de los dichos. Sentido, origen y anécdota de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades” que: "Para ponderar la fealdad de alguien, suele decirse que es ‘más feo que Picio, a quien de feo que era, le dieron la Unción con caña, por lo asustado que estaba el cura’”.

Puede pensarse que Picio no fue un personaje real si no inventado puesto que ni se tienen referencias biográficas del mismo ni se trata de un apellido usual en España. Por otro lado, en el País Vasco existe un carnavalesco Pitxu que presenta algunas coincidencias compartiendo la idea de muerte y resurrección propia del Carnaval que en el caso de Picio se han sustituido por una condena a muerte y un posterior indulto. Por otra parte, la anécdota del cura dando la extrema unción con una caña puede asociarse con algún personaje tal vez de de fiesta o de verbena.

Parece ser que Picio es otro nombre del dios al que los romanos llamaron Vulcano y los griegos Hefesto, dios del fuego y la forja, los metales y la metalurgia, de los herreros, artesanos y escultores, el cojo, feo y lisiado hijo de Zeus y Hera; dios que no es representado en “La Fragua de Vulcano” de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1.599-1.660) y otras obras como feo o deforme aunque sí se tuvo por tal en la Antigüedad; el mismo dios al que en la Iliada Janto, otro dios también, le ordena, a él cojo, aplacar el río que persigue a Aquiles, el de los pies ligeros.

En la provincia de Granada existe en La Alpujarra una entidad local llamada Picena, municipio independiente hasta que el año 1.975 se unió junto a Júbar, Laroles y Mairena constituyendo el nuevo municipio de Nevada. Quizás no sea descabellado pensar que Picena proceda del topónimo latino Piciana y este del nombre Picius. Curiosidades de Picena son su gentilicio, picineros, y que tenga igual Patrón que Granada, San Cecilio. Y curioso también es que durante las Fiestas de La Candelaria y San Cecilio, llamadas Fiestas de Inverno, el 31 de Enero, víspera de la festividad de San Cecilio, los hombres salen al campo para traer las matas con las que se alimentará una hoguera a la que se llama “chisco”. Una vez terminado el trabajo todos se reúnen, comen y beben, no faltando actos religiosos en honor a los santos ni actividades lúdicas como los juegos y verbenas.

Gonzalo Antonio Gil del Águila
Granada, 2008

(1) La expresión Paremiología procede de las voces griegos “paroimía”, que significa proverbio, y logos, que podemos traducir por tratado, siendo así la disciplina que tiene por objeto de estudio los refranes, proverbios y aseveraciones que pretenden transmitir conocimientos procedentes de la experiencia popular. Esta disciplina cuenta con una dilatada tradición en España ya que los primeros compendios conocidos son del siglo XV.

Enlace a un artículo publicado en el periódico Ideal el 7/04/10 en el que se alude a este trabajo >>>

LOS ÚLTIMOS REYES NAZARÍES DE GRANADA VISTOS POR PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

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Hablando sobre los últimos Reyes nazaríes de Granada Pedro Antonio de Alarcón y Ariza (1.833 – 1.891) en “La Alpujarra: sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia nos dice respecto de la sepultura de Muley Hacén en un pico de Sierra Nevada al que desde entonces da nombre que: “cuentan la tradición y las historias, que, vencido y destronado el viejo MULEY HACEM por su indigno hijo, a quien la despechada AIXA, de áspero rostro y corazón de leona, había inspirado tan sacrílega usurpación; retirado con su fiel ZORAYA y con los hijos en ella habidos a un lugar escondido en las faldas de la Sierra; viéndose abandonado del resto del mundo, ciego, miserable, y próximo ya a la apetecida muerte, rogó a aquellas prendas de su alma que lo sepultasen en un paraje tan ignorado y solo, que no pudiese turbar nunca la paz de sus cenizas la vecindad de hombres vivos ni muertos; pues le causaban tal horror sus semejantes, que temía no dormir tranquilo si era enterrado cerca de otros cadáveres humanos”. Zoraya, que en lengua árabe significa “Lucero del Alba”, cuyo nombre antes de ser raptada en tierras cristianas y llevada cautiva a Granada donde se convirtió en la favorita de Muley Hacén era el de Isabel de Solís, y sus hijos cumplieron este deseo “sepultando los restos del infeliz MULEY HACEM en lo más alto de la Sierra, allí donde nunca”, como escribía Pedro Antonio de Alarcón en el siglo XIX ignorando la afluencia de excursionistas, turistas y esquiadores a las pistas nevadas, nunca, como decíamos, “posa el hombre su planta, ni llegan jamás los rumores de la vida”. Y Pedro Antonio asevera que “hasta la consumación de los siglos” ese sublime sarcófago estará protegido porque “los hielos suministraron la urna de cristal, pirámides de alabastro las sempiternas nieves, y perpetua ofrenda las nubes, respetuosamente agrupadas al pie de él, cual humo leve de quemado incienso”.

En relación con el puerto del Suspiro del Moro, que alcanza una altitud de 860 metros y se encuentra en el término municipal de Ogíjares en el camino de la costa, Pedro Antonio recuerda que Boabdil llegó a ese punto “una mañana de mediados de Enero”, siendo entre “las siete y las ocho, puesto que BOABDIL, según todos los historiadores, había salido de Santafé mucho antes de apuntar el alba, a fin de sustraer su ignominiosa partida a la humillante curiosidad de los pueblos de la Vega”, acompañado de “su adusta madre, su dulce y bella esposa MORAIMA, su tierno hijo (que había estado como rehén en el campo castellano, y a quien ISABEL LA CATÓLICA llamaba el Infantico y quería mucho), una hermana, cuya figura no determinan las historias, y algunos visires, palaciegos y criados”. Y dice el autor que “al llegar a aquella elevación (dice la Historia), BOABDIL refrenó su caballo y se detuvo embebecido mirando con emoción tristísima la ciudad de las hermosas torres, y centro en otro tiempo de su grandeza. El monarca infeliz alivió la amargura que rebosaba en su pecho derramando algunas lágrimas; y exclamando: "¡Allah Akbar! (¡Oh gran Dios!)", picó los ijares de su caballo y dio con hondos suspiros los últimos adioses a Granada. Se dice que AIXA, su magnánima madre, advirtió la debilidad del hijo y le reprendió diciendo: "Haces bien en llorar como mujer, ya que no has tenido valor para defenderte como hombre..."». Preciso es recordar que “ZORAYA (…) no pensó ni por un momento en acompañar a los proscritos, sino que ya se proporcionaba, para ella y para sus hijos CAD y NAZAR un porvenir mucho más cómodo en la corte de los cristianos, cuya Religión fue la primera y había de ser la última de aquella aprovechada beldad, tan conocida luego con el nombre de DOÑA ISABEL DE SOLÍS”.

Más adelante Pedro Antonio cita a Fray Prudencio de Sandoval, (1.553 – 1.620), clérigo benedictino e historiador que fue Obispo de Tuy entre 1.608 y 1.612 y Obispo de Pamplona entre 1.612 y su muerte en 1.620) y escribió “Vida y Hechos del Emperador Carlos V”, obra considerada como fuente fundamental para la comprensión de la época y a Fray Antonio de Guevara (1.480 – 1.545), eclesiástico y escritor muy popular en su época. Nos dice que “cuenta Fray Prudencio de Sandoval en su Historia del Emperador Carlos V, que cuando éste fue a Granada, en Junio de 1526, y vio la Alhambra por vez primera, exclamó generosamente: -«¡Desdichado el que tal perdió!» Y refiere Fray Antonio de Guevara, en sus Epístolas familiares, que, como él entonces le narrase cuánto gimió BOABDIL en aquella loma a que sus suspiros dieron nombre, y el duro apóstrofe de la implacable AIXA, el César replicó: «Muy gran razón tuvo la madre del Rey en decir lo que dijo, y ninguna tuvo el Rey su hijo en hacer lo que hizo; por que, si yo fuera él, o él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por sepultura, que no vivir sin reino en el Alpujarra». Admirablemente hablado. Es muy verdad: BOABDIL no supo caer, lo cual es tanto más imperdonable, cuanto que al cabo demostró que sabía morir. Pero, pésele a CARLOS V, a las Artes y a las Letras, AIXA no tuvo razón para acusar a su hijo de no haber sabido defender su reino. Él lo había defendido espada en mano en cien combates, hasta que las discordias intestinas de su familia y de sus súbditos, atizadas precisamente por la misma rencorosa AIXA, así como el alternado auxilio que a cada bando moro prestaba al ejército cristiano, le hicieron desesperar de la victoria y sacrificarse para terminar la guerra. -Suum cuique.”. Y esta cita en latín de Pedro Antonio, suponiendo que debiera ser “suum cuique tribuere” querría decir “dar a cada uno lo suyo”.

El relato prosigue explicando que “LOS REYES CATÓLICOS aseguraban a BOABDIL, a su esposa, a su madre, a ZORAYA (la favorita de su padre) y a los hijos de ésta, todas las huertas, tierras, hazas, molinos, baños y heredamientos que constituían el Patrimonio real, con facultad de venderlos; afianzaban también a BOABDIL la posesión de sus bienes patrimoniales dentro y fuera de Granada, y le cedían por juro de heredad, para sí y sus descendientes (con la tácita condición de vivir en ellas), las tahas (distritos) de Berja, Dalias, Marchena, Boloduy, Lúchar, Andarax, Ugíjar, Órgiva, Jubiles, Ferreira o Ferreirola y Poqueira, (esto es, toda la Alpujarra y un poco más), con todos los pechos y derechos de sus pueblos (menos la fortaleza de Adra); y se obligaban, por último, a darle treinta mil castellanos de oro (unos cuatrocientos cuarenta mil reales)”. Pero “he aquí que los REYES CATÓLICOS juzgaron que la permanencia de BOABDIL en España podría ser inconveniente con el tiempo; y aunque ninguna queja abrigaban de él, ni respecto de sus pasos y conversaciones (que sabían diariamente, por tener comprado a su Ministro ABEN-COMIXA), propusiéronse obligarlo, ya que no podían compelerlo, a emigrar por siempre de nuestra tierra”. Y “a las primeras proposiciones que se le hicieron, en Diciembre del mismo año de 1492, fundadas en argumentos especiosos, para que vendiese sus bienes y se marchase a África, el príncipe islamita se alteró mucho y dio esta sentida respuesta: -«Yo he cedido un Reino para estar en paz, y no he de ir a otro ajeno a estar en cuestiones». Nos advierte nuestro narrador que Boabdil debió recordar la suerte de El Zagal, “otro príncipe de su propia sangre, que, como él, cedió un Reino (el de Guadix y Almería) a los REYES CATÓLICOS, a cambio de aquel mismo irrisorio Señorío de la Alpujarra; que, como él, residió algunos meses en aquella misma taha de Andarax (dos años hacía por entonces), y que, como él, viose también muy luego hostigado por sus Altezas para que les vendiese sus bienes y abandonase la tierra de España. MULEY ABDALÁ EL ZAGAL (pues dicho se está que de tan valeroso e infortunado príncipe se trata) hubo al fin de acceder a ello, y embarcose con todos sus tesoros (año y medio hacía a la sazón), poniendo el rumbo a la costa de Marruecos... Al desembarcar en aquella tierra, la besó, creyendo que le sería más propicia; pero el Califa de Fez, so pretexto de castigar sus rebeldías contra MULEY HACEM y contra BOABDIL, apoderose de él, lo sepultó en una mazmorra, robole todas sus riquezas, e hizo que el verdugo le quemase los ojos”. En esto, “COMIXA partió para Barcelona, donde, sin credenciales ni poderes de su amo, aunque en nombre suyo, y sin que nadie se diese por entendido de aquella concertada informalidad, el pérfido moro otorgó con FERNANDO e ISABEL una Escritura pública, por la que BOABDIL y las princesas les vendían todos sus Estados y bienes patrimoniales en la cantidad de nueve millones de maravedises, obligándose a dejar la tierra de España para no volver más a ella...” Tras esto, “cuando tornó COMIXA a la Alpujarra y dio a entender a BOABDIL lo que había hecho, tratando de demostrarle que le convenía ratificar aquel contrato, el Rey, furioso, tiró del alfanje, y hubiera cortado la cabeza a su fementido consejero, a no interponerse y salvarlo las personas allí presentes. Pero pasaron días... COMIXA, desde el lugar en que lo tenían resguardado de la cólera de su señor, inventaba mil alarmantes historias de intrigas, asechanzas y maquinaciones de los REYES CATÓLICOS contra BOABDIL, diciendo haberlas descubierto en su viaje a Barcelona; y con esto, y con los sustos naturales de las princesas, y sus lágrimas, y los consejos de toda aquella pequeña corte, que deseaba salir del protectorado de los cristianos, hubo bastante para que el príncipe, fácil y condescendiente de suyo, consintiera al cabo en ratificar la obra de su Ministro. Quedó, pues, concertado que la familia real musulmana se embarcaría en cuanto terminasen los calores de aquel mismo año de 1493. Durante los preparativos del viaje, murió de melancolía la excelente MORAIMA, la tierna esposa de BOABDIL”. Finalmente, “a primeros de octubre, BOABDIL su madre, su hermana, su hijo y algunos amigos y criados, salieron del puerto de Adra, en una carraca de Íñigo de Artieta”. Y hago un inciso en la narración para aclarar que Iñigo de Artieta fue un marino, militar, armador y comerciante contemporáneo Los Reyes Católicos y Boabdil nacido en la villa de Lekeitio, también conocida por Arteyta, cuyas fechas de nacimiento y muerte no se conocen con seguridad para continuar la cita literal: “mientras que en otra carraca genovesa y dos galeotas iban hasta mil ciento treinta moros más, que huían espontáneamente de la dominación castellana.” Nos cuenta el narrador que de manera bastante simbólica “al otro día, aquellos navegantes, que llevaban al suelo africano los tristes restos del Imperio muslímico-español, tocaron tierra en Caraza, a poca distancia de Melilla” y “¡Por allí volvía a entrar en África, al cabo de ochocientos años, desheredada y llorosa, la hueste aventurera de TARIC, después de haber sido señora de casi toda la Península Ibérica!” Boabdil se estableció en Fez “cuyo Califa era su pariente y amigo, y donde vivió treinta y tres años más, muy considerado y querido de aquel soberano y de todos los marroquíes, en un alcázar que hizo construir por el estilo del de la Alhambra (…). En 1526, precisamente el mismo año que CARLOS V hacía mención de BOABDIL en la Alhambra granadina, encontráronse a orillas del Guadal-Hawit (río de los Esclavos) las tropas del citado Califa de Fez, MULEY HAMET EL BENIMERIN, y las hordas bárbaras de los dos hermanos JARIFES, que le disputaban el trono, y que por cierto se lo ganaron en aquella jornada, fundando la actual dinastía de Marruecos. La batalla fue reñidísima, y en ella mandó parte de la vanguardia del ejército de MULEY HAMET un guerrero de encanecida barba y principalísimo porte, el cual hizo prodigios de valor y temeridad, hasta que al cabo hubo de sucumbir al número de los enemigos, muriendo bizarramente con todos los que iban a sus órdenes”. Muerto en la batalla, el cadáver “fue uno de los innumerables que arrastraron al mar las aguas del impetuoso río... Desventurado hasta después de muerto, sus cenizas no durmieron en la tierra. Era BOABDIL”. Y concluye diciendo ”¡Singular coincidencia! -Cuando los agarenos entraron en España, el último Rey godo, D. RODRIGO, cayó herido en las aguas del Guadalete, cuyas ondas arrastraron al mar su cadáver.- Ochocientos trece años después, el último Rey moro de España, BOABDIL, moría de la misma manera, y tenía también por sepultura los abismos del océano. ¡Qué cosas!”. Aun cuando Pedro Antonio da por válida la muerte del Rey Rodrigo en la batalla de Guadalete o de la Janda en 711 no existencia seguridad acerca de que muriese en la batalla y se le ha creído encontrar como Rey independiente en Lusitania mencionándose en la Crónica de Alfonso III la aparición de su tumba en Viseu, localidad de la actual Portugal.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 6 de Enero de 2.008

COMENTARIOS DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN SOBRE LA ETIMOLOGÍA Y EXTENSIÓN DE LA ALPUJARRA

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En su obra “La Alpujarra: sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia, Pedro Antonio de Alarcón y Ariza (1.833 – 1.891), advirtiendo que “Discordes andan historiadores y orientalistas acerca del origen y significación de la palabra Alpujarra” recuerda a Luis del Mármol diciendo que “Alpujarra proviene de la voz árabe abuxarra, que él traduce: la rencillosa, la pendenciera” mientras que “D. Miguel Lafuente Alcántara dice lo mismo, como si lo copiara reverentemente, permitiéndose tan sólo traducir indomable en lugar de rencillosa, y conservando lo de pendenciera”. Pedro Antonio encuentra el fundamento de estas opiniones en que “Todos los cronistas antiguos están constantes, principiando por el historiador musulmán Aben-Ragid, en que los Agarenos no lograron dominar las fragosidades alpujarreñas ni reducir a los cristianos que allí vivían, sino pasados siglos de la batalla de Guadalete y de la ocupación de casi toda la Península por las legiones Africanas y Asiáticas. Y, aún después; si éstas penetraron y reinaron en la Alpujarra, fue por la buena y a condición de tolerar la Religión del Crucificado, cuyo culto siguió, en efecto, siendo libre durante otros dos o tres siglos, hasta que poco a poco, y sin violencia alguna, los más absorbieron a los menos, o los menos se refundieron en los más, al punto de no quedar un solo alpujarreño que se acordase de la fe de sus mayores.- Creen, pues, Mármol y Lafuente Alcántara que los calificativos de rencillosa, pendenciera e indomable le venían como de molde a aquella región en los tiempos en que los moros tuvieron la primera idea de ella”.

No obstante lo anterior, Pedro Antonio precisa que “Es, sin embargo, muy de extrañar que el mismo Aben-Ragid, relator de esos hechos, nunca llame a la Alpujarra sino la Tierra del Sirgo (por la mucha seda que en ella se criaba); y sorprende aún más, que, después de haber publicado Mármol la citada versión, otros filólogos e historiadores hayan continuado poniendo en tela de juicio la verdadera significación del nombre que hoy lleva aquel territorio”. Por eso cita una tercera opinión respecto del significado cuando “Romey y Mr. Sacy, por ejemplo (…), se fijan en que Suar-el-Kaici y otros revoltosos de la Andalucía oriental levantaron por las Serranías de Granada algunas fortificaciones llamadas Al-Bord-jela, (Castillo de los Aliados), y creen que de este nombre vino a formarse el de Alpujarras”; y una cuarta cuando “En cambio (…), Xerif Aledrix y nuestro insigne Conde aseguran por otro lado que Alpujarra vale tanto como Al-bugscharra, voz árabe que se interpreta Sierra de hierba o de pasto”. Finalmente, a modo de quinta y última opinión, “el ilustrado orientalista y literato de nuestros días, Sr. Simonet, dice (…) que no le parece buena ninguna de las traducciones que conoce de Albuxarrat (que, según él, era como verdaderamente llamaban los moros a aquella Serranía), y aventura la idea de si podrá traducirse Alba Sierra, aunque añade modestísimamente a renglón seguido que está muy lejos de creer haber acertado más que los otros”.

Prudentemente, Pedro Antonio de Alarcón ofrece al lector la posibilidad de escoger la teoría que más le guste mientras afirma de sí mismo “Yo no escojo ninguna... por la sencilla razón de que no sé el árabe” para continuar diciendo que “En lo que, a pesar mío, no puedo abstenerme de dar un humilde dictamen (o, por mejor decir, he tenido que darlo anticipadamente, al ponerle título a esta obra), es respecto de si debe escribirse La Alpujarra o Las Alpujarras” explicando que ha “optado por el singular” no sin “pasar antes por angustiosas vacilaciones”. Honestamente continúa: “Figuraos que el plural tenía en su abono estos antecedentes: Primero: El empleo que hacen de él varios autores antiguos y modernos siempre que hablan de aquel país; Segundo: El usarlo en la conversación bastantes gentes, bien que fuera de Andalucía; Y tercero, y mucho más importante: La autoridad de la Academia Española, que define así, en su Diccionario de la Lengua Castellana, la voz ALPUJARREÑO, ÑA: «Adj. que se aplica al natural de Las Alpujarras, y a lo perteneciente a ellas». Había, pues, harto motivo para decidirse por el plural, -y ya lo había usado yo mismo en cierta ocasión, obligado por la fuerza del consonante... Sin embargo, hacíaseme cuesta arriba escribir Alpujarras al frente de este libro y en la mayor parte de sus hojas, cuando toda mi vida había dicho y oído decir La Alpujarra; y como me pusiera a excogitar razones para mantenerme dentro de mi dulce rutina (¡qué rutina no es dulce en estos tiempos de tantas dislocaciones y extravíos!), encontré en apoyo del singular los tres fundamentos siguientes: Primero: Que Hurtado de Mendoza, Mármol, Lafuente Alcántara y otros escritores de muchas humanidades y escrupulosa conciencia, en sus Historias relativas a aquella región, la llaman siempre La Alpujarra; Segundo: Que del propio modo la mientan constantemente casi todos los naturales de la provincia de Granada, empezando por los de su culta capital; Y tercero, y principalísimo: Que así la nombran los mismos alpujarreños”. Más adelante nos explica que “Por lo demás, comprenderéis que a mí me importa un bledo que la Alpujarra se llame de este o del otro modo; -pues, como dice muy oportunamente la Julieta de Shakespeare: «Lo que llamamos rosa embalsamaría lo mismo el aire si tuviera cualquier otro nombre.».

Respecto a los límites de la Alpujarra nos dice que “en este punto la verdad y el error son más evidentes a mi juicio, y más fáciles, por tanto, de separar”. Y continúa diciendo que no sabe “quién sería el primero (tal vez Méndez de Silva) que escribió la peregrina especie de que «la Alpujarra, mide diez y siete leguas de longitud desde Motril a Almería, por once de anchura, desde Sierra Nevada al mar»...”. Preciso me resulta incluir en las citas que hago del texto de Pedro Antonio una aclaración respecto de la legua como unidad de medida, unidad que variando no sólo entre los Reinos españoles si no incluso entre sus provincias, quedó fijada en el siglo XVI en una longitud que podía ir desde los 5.573 a los 5.914. Aun cuando dejó de usarse oficialmente en 1.568 seguía empleándose y en tiempos del Rey Carlos IV y por Real Orden de 26 de Enero de 1.801 se estableció que “Para que la legua corresponda próximamente a lo que en toda España se ha llamado y llama legua, que es el camino que regularmente se anda en una hora, será dicha legua de veinte mil pies; La que se usará en todos los casos que se trate de ella, sean caminos Reales, en los Tribunales y fuera de ellos”.

Retomando la explicación de Pedro Antonio en el punto en que la dejamos, “- Fuera quien fuese, este deslinde tuvo la fortuna de que lo copiasen al pie de la letra muchos graves autores, y hoy sigue dando la vuelta al mundo, en Diccionarios geográficos, Enciclopedias, Guías, y toda clase de itinerarios pintorescos, como una verdad de a folio”. Pero esta valoración es errónea y “La prueba es que los mismos historiadores del siglo XVI, que la transcriben a cierraojos, distinguen luego entre Tierra de Motril, Alpujarra y Tierra, o río de Almería, presentando cada región por separado como cosas muy diferentes. Y, por si esto no bastara, esos mismísimos historiadores, al describir en otros pasajes la comarca alpujarreña, la dividen en las tahas o distritos que contenían, resultando de sus propios datos que no abarcaba, ni con mucho, las vertientes orientales de Sierra de Gádor ni las occidentales de Sierra de Lújar. Por último: ningún motrileño ni almeriense (exceptuando a los nacidos en la banda occidental de Sierra de Gádor: que tienen razón en creerse alpujarreños), se ha considerado jamás a sí propio como hijo de la Alpujarra.- Y a confesión de parte...”

Nuestro autor nos recuerda que “Ya lo he indicado muchas veces (apoyándome en idénticas consideraciones que ahora): por Alpujarra se entiende todo el terreno comprendido entre Sierra Nevada y el mar, y encerrado luego, como en un rectángulo, por las sierras laterales; es decir: todo lo que queda dentro del horizonte sensible que se abarca desde las cimas del Cerrajon de Murtas; todo lo que sería un solo valle, a no existir la Contraviesa; todo lo que, visto desde el mar de Albuñol, mirando al Mulhacén, tiene, en fin, un cielo común...” porque “El común denominador, la razón de ser de la Alpujarra como comarca, es el cinturón de cumbres y olas que la rodea, el pedazo de cielo que la cobija”. Y nos aclara que en “la frontera occidental de la Alpujarra principia en el Picacho de Veleta; baja con el río de Lanjarón hasta el río de Órgiva; gana luego la Sierra de Lújar, y corre (por donde mismo va la raya del Partido judicial de Motril) hasta caer al mar entre Castel de Ferro y Torre de Paños. Y la frontera occidental empieza hacia Ohánes; busca las crestas de Sierra de Gádor, y va a morir en la Punta de las Sentinas.- Dicho se está, por consiguiente, que quedan reducidas a diez u once las famosas diez y siete leguas del consabido geógrafo”. Mientras que de los límites al Norte y Sur “no hay que ocuparse” porque son evidentes “el Mediterráneo y Sierra Nevada.- Sólo advertiré que, entre Sierra Nevada, y el Mediterráneo, en línea perpendicular, no median nunca las pretendidas once leguas, sino ocho, todo lo más; y esto, sólo hacia el Campo de Dalias; que, por los puntos restantes, apenas llegarán a siete, -midiendo siempre a vuelo de pájaro”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 6 de Enero de 2.008