Fernando de los Ríos había remitido a Federico García Lorca, entonces en la Residencia de Estudiantes de Madrid, una carta en la que, refiriéndose a Juan Ramón Jiménez, el que recibiría el premio Nobel de Literatura en 1.956, decía a su “Muy querido poeta: Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos; recíbalo usted con amor, que lo merece; es uno de los jóvenes en los que hemos puesto más vivas esperanzas”.
Años después, en Junio de 1.924, Juan Ramón Jiménez, acompañado de su esposa Zenobia, vuelve a viajar para encontrarse en Granada con un Lorca consagrado a su tarea de artista que está trabajando en su Romancero Gitano. Instalado en el desaparecido Hotel París que se encontraba en el número 3 de la Gran Vía el matrimonio contó con las atenciones de Fernando de los Ríos, García Lorca, Emilia Llanos y Manuel de Falla. Tiempo después Juan Ramón escribiría a Isabel, hermana de Federico: “Granada me ha cogido el corazón. Estoy como herido, como convaleciente.” Y de esa herida nacería la obra “Olvidos de Granada”.
En el número 13 de la Carrera del Darro un hotel llamado el “Ladrón del Agua” reclama para sí como atractivo la esencia de ese viaje de Juan Ramón "convencido cada noche por la antigua medialuna granadí de que es un ladrón, el ladrón de agua retumba, cae, zumba, se yergue, se tumba...", pasando a ser así uno de esos “hoteles con encanto” que desde hace algún tiempo pululan por el barrio del Albaicín ofreciendo a clientes escogidos un producto muy especial. No lejos del “Ladrón del Agua”, en la calle Benalúa 11, se encuentra la “Casa de los Migueletes”, “hotel con encanto” que ocupa una casa del siglo XVII que debe su nombre a haber sido utilizada por el Cuerpo de los Migueletes. A escasos metros otra “casa con encanto”: el hotel “Casa del Capitel Nazarí” cuyo nombre evoca a un pilar de tal origen que se encuentra en su patio. Como ellas hay otras muchas en el barrio del Albaicín. ¿Habría cambiado la visión de la ciudad que tuvo Juan Ramón de haberse hospedado en una de estas “casas con encanto”? Probablemente no porque en 1.924 todo el Albaicín y toda la ciudad, a pesar de la miseria y la tristeza de una época sombría, eran un lugar con encanto que aun bebía ante los ojos de los poetas el agua de las fuentes mágicas de Granada. Es triste pensar que solamente la explotación hotelera parece reverdecer en parte esa mágica tradición que como el agua caída sobre el suelo se pierde para no volver. Pero seguro que Juan Ramón sentía esos días la inspiración de la poesía y pensara en Platero, que “es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. Al fin y al cabo, tal vez Platero fuera como esas casas blancas del Albaicín que debió ver el poeta, algo hoscas y desvencijadas, que a modo de ojos oscuros tenían pequeñas ventanas que resaltaban sobre las pálidas fachadas.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
Granada, 19 de Noviembre de 2007
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