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SÍNTESIS DE LA BATALLA DE RAFIA
En la batalla de Rafia, que tuvo lugar el 22 de junio de 217 a. C. cerca de la actual localidad de Rafia dentro de la Cuarta Guerra Siria, se enfrentaron las fuerzas de Ptolomeo IV, rey del Egipto ptolemaico, a las de Antíoco III Megas, rey seléucida, por la posesión de la Celesiria (Siria y en Fenicia). Ambos eran reinos helenos surgidos con la helenización de Oriente tras las campañas de Alejandro Magno y sus ejércitos se basaban, como el macedonio que consiguió aquellas conquistas, en la falange pesar de haber incorporado elementos orientales como los elefantes y la infantería ligera.
Despliegue de los ejércitos.
El ejército de Ptolomeo contaba con unos 70.000 infantes, 5.000 jinetes y 73 elefantes de guerra. El de Antíoco con 62.000 infantes, 6.000 jinetes y 102 elefantes de guerra. Las fuerzas se desplegaron frente a frente con las falanges en el centro. Ptolomeo se situó a la izquierda de su despliegue con su guardia personal y Antíoco lo hizo frente a él. Los elefantes se desplegaron en las alas de cada ejército por delante de las caballería propias. Los elefantes seléucidas, de origen hindú, eran más numerosos y aptos para el combate. Ptolomeo contaba con más personal de infantería pero su instrucción y calidad eran inferiores al de la infantería seléucida.
Avance seléucida.
La línea de elefantes de la derecha seléucida fue lanzada junto con sus tropas de acompañamiento mientras Antíoco mandaba detrás la caballería. Los elefantes y tropas de acompañamiento seléucidas derrotaron a los ptolemáicos y Antíoco, desbordando el flanco de los elefantes por la parte exterior del despliegue, cargó contra la caballería egipcia que fue derrotada. El flanco izquierdo egipcio colapsó. Mientras, los elefantes del ala izquierda seléucida comenzaron un tímido avance que no fue apoyado permitiendo que los elefantes egipcios mantuvieran la línea.
Avance ptolemaico.
Esta situación fue aprovechada por Equécrates, que mandaba el ala derecha ptolemaica, para hacer avanzar todas esas fuerzas alrededor de la masas de elefantes y cargar sobre las líneas de la izquierda seléucida que habían permanecido inmóviles, quizás por la creencia de que el avance de su rey les había dado la victoria en la batalla. Antíoco, que debió creerlo también, se había lanzado en persecución de los restos del ala izquierda ptolemaica y en busca de Ptolomeo en vez de volver a la batalla y contener el avance de Equécrates. Por su parte, Ptolomeo había escapado y encontrado refugio en la parte central de su despliegue que no habían sufrido daños.
Desenlace.
Los centros de ambos ejércitos compuestos por sus falanges quedaron frente a frente sin el apoyo de sus alas y se lanzaron al choque decisivo, en el cual las menos expertas fuerzas ptolemaicas mantuvieron la disciplina y alcanzaron el triunfo. Antíoco, que no había hecho caso de los consejos de sus generales, tuvo que reconocer la derrota y recoger los restos de su ejército. Había perdido algo menos de 10.000 infantes y más de 300 jinetes muertos y unos 4.000 de sus hombres fueron hechos prisioneros. Ptolomeo tuvo 1.500 muertos entre su infantería y 700 entre sus jinetes. Con esta batalla, Ptolomeo adquirió el control de la Celesiria (Siria y en Fenicia).
Gonzalo Antonio Gil del Águila
13/12/2010
NOTA: Las fuerzas seléucidas aparecen en azul y las ptolemaicas en rojo. La infantería se representa por un rectángulo vacío, la caballería por un rectángulo con una diagonal y los elefantes por un rectángulo rellano.
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lunes, 13 de diciembre de 2010
3:26
SÍNTESIS DE LA BATALLA DE ADRIANÁPOLIS
En tiempos de la batalla de Adrianápolis la parte Oriental del Imperio romano se encontraba gobernada por el emperador Valente. En aquella época, aun cuando el arma principal de Roma era la infantería, la caballería comenzaba a imponerse como arma fundamental. En 376 Valente se encontraba enfrentado a los persas sasánidas mientras que los godos, expulsados de las actuales territorios de Bielorrusia y Ucrania por los hunos, habían atravesado el Danubio. Fueron inicialmente aceptados pero pronto, ante la enorme cantidad de inmigrantes godos, surgieron tensiones y enfrentamientos que culminaron con su revuelta ante las puertas de Marcianópolis. Bajo el mando de su jefe Fritigerno se dedicaron al saqueo de la zona, derrotaron a una pequeña fuerza romana que marchó en ayuda de la ciudad y se convirtieron en dueños de Tracia aunque no fueron capaces de conquistar las grandes ciudades amuralladas. Fritigerno consiguió unir a su causa a mercenarios godos al servicio de Roma acantonados cerca de Adrianópolis y sus fuerzas aumentaron constantemente con la infiltración constante de inmigrantes godos que atravesaban el Danubio una vez desaparecida la resistencia romana en la frontera. Ante estos hechos, Valente ultima una paz con los persas y desplaza fuerzas desde el frente oriental (Persia) al norte (Tracia). La llegada a la Tracia de unidades de refresco romanas encuentra al ejército godo concentrado cerca de Marcianópolis. Este emprende la marcha hacia el norte hasta que ambos ejércitos se encuentran cerca del Danubio, en una localidad llamada “ad Sauces”, librando un combate no concluyente. Tras el enfrentamiento, los romanos, temiendo la posible llegada de refuerzos godos y del invierno, se repliegan hacia el sur acantonando sus unidades en plazas fortificadas a la espera de la próxima campaña una vez llegue el buen tiempo. Mientras, las fuerzas de Fritigerno aumentan con más contingentes bárbaros e incluso hunos y, valiéndose de su caballería, aniquila unidades romanas aisladas y continua el saqueo de la zona.
Valente decide acudir personalmente a la zona de operaciones acompañado de su séquito y abandona Antioquía. La situación es tan desesperada, que Graciano, emperador de Occidente, a pesar de la presión soportada en el Rin ofreció fuerzas a Oriente aunque estas se vieron obligadas a retrasar su marcha debido al levantamiento de los alamanes. Las fuerzas de Valente se iban concentrando cerca de Constantinopla y estaban compuestas por unidades de “comitatenses” y de “scholae” o caballería así como fuerzas auxiliares y caballería pesada (“clibanarii” y “catafractos”). Estas fuerzas eran profesionales y contaban con buen equipamiento y experiencia en combate. Como anticipo de la ofensiva, Sebastián, un reputado general, dirigió una guerra de guerrillas muy eficaz que permitió la recuperación de localidades y botín. Pero Valente, emperador impopular que deseaba acabar con las críticas que se le dirigían, no apreciaba esta táctica y buscaba una victoria rápida y definitiva. Esto le impulsó a mandar a su ejército, de unos 56.000 hombres, hacia el interior de Tracia en busca del grueso de las fuerzas bárbaras, seguramente más del doble, desoyendo a quienes le aconsejaban esperar los refuerzos de Occidente. Los godos se replegaron hacia el norte y los romanos le siguieron. Por error, los exploradores romanos calculaban a la baja las fuerzas bárbaras y ambos ejércitos se prepararon para el combate.
En la batalla posiblemente se enfrentaron las siguientes fuerzas
Bárbaros - Romanos
Caballería: 12.000 - 8.000
Infantería pesada: 120.000 - 20.000
Infantería ligera: 20.000 - 28.000
Primera fase.
El 9 de Agosto del año 378 la vanguardia romana llegó a las inmediaciones de Adrianópolis encontrando el campamento bárbaro formado en círculo tras los carros. El ejército romano comenzó el despliegue con la infantería en el centro y la caballería en las alas mientras que Valente se colocó con su guardia detrás del centro. Fritigerno quiso entablar conversaciones, quizás temeroso ante la impresionante fuerza enemiga o quizás buscando ganar tiempo para que llegase la caballería alano-ostrogoda. Pero cuando las conversaciones iban a comenzar, parte de la infantería auxiliar romana al mando de Bacurio de Iberia y Cassio se lanzó al ataque contra la infantería goda situada en el exterior de su campamento. La caballería romana del ala izquierda apoyó el movimiento mientras el resto del ejército romano quedó sin actuar. Es posible que este movimiento se debiera a la tensión del momento y a la falta de coordinación entre las unidades. Y fue eso precisamente lo que permitió a la infantería goda rechazarlo.
Segunda fase.
El ala derecha bárbara atacó las posiciones romanas con el apoyo de parte de la caballería alano-ostrogoda al mando de Alateo y Safrax arrollando a la caballería del ala izquierda romana que regresó a sus posiciones de partida. El grueso del ejército bárbaro atacó las el centro y ala derecha romanos.
Tercera fase.
La caballería romana del ala izquierda lanzó un ataque contra la caballería bárbara de Alateo y Safrax haciéndola retroceder hasta su campamento. Pero, habiendo quedado en la carga sin apoyo de la infantería, los romanos fueron superados y dispersados por las fuerzas enemigas que salían del campamento. Este es sin duda el punto de inflexión de la batalla .
Cuarta fase.
Aniquiladas las fuerzas del flanco izquierdo romano, los bárbaros lanzan por esta zona fuerzas de caballería e infantería que explotan el éxito y atacan la retaguardia romana.
Los restos del ejército romano se dirigieron a Adrianópolis, ciudad amurallada que mantenía una guarnición y armó a sus ciudadanos. Los bárbaros, como había ocurrido desde que pasaron el Danubio, fueron incapaces de conquistar la ciudad al carecer de material y entrenamiento para ello, por lo que continuaron con el saqueo de pequeñas localidades. Al conocer la derrota, el emperador Graciano detuvo a sus fuerzas en el Ilírico, para defender su imperio de posibles incursiones, y apoyó a uno de sus generales, Teodosio, (posteriormente conocido como Teodosio I el Grande), como nuevo emperador de Oriente.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
5/12/10
Nota: en azul las fuerzas bárbaras y en rojo las romanas. La caballería tiene una diagonal. El campamento bárbaro está representado por una línea negra.
Valente decide acudir personalmente a la zona de operaciones acompañado de su séquito y abandona Antioquía. La situación es tan desesperada, que Graciano, emperador de Occidente, a pesar de la presión soportada en el Rin ofreció fuerzas a Oriente aunque estas se vieron obligadas a retrasar su marcha debido al levantamiento de los alamanes. Las fuerzas de Valente se iban concentrando cerca de Constantinopla y estaban compuestas por unidades de “comitatenses” y de “scholae” o caballería así como fuerzas auxiliares y caballería pesada (“clibanarii” y “catafractos”). Estas fuerzas eran profesionales y contaban con buen equipamiento y experiencia en combate. Como anticipo de la ofensiva, Sebastián, un reputado general, dirigió una guerra de guerrillas muy eficaz que permitió la recuperación de localidades y botín. Pero Valente, emperador impopular que deseaba acabar con las críticas que se le dirigían, no apreciaba esta táctica y buscaba una victoria rápida y definitiva. Esto le impulsó a mandar a su ejército, de unos 56.000 hombres, hacia el interior de Tracia en busca del grueso de las fuerzas bárbaras, seguramente más del doble, desoyendo a quienes le aconsejaban esperar los refuerzos de Occidente. Los godos se replegaron hacia el norte y los romanos le siguieron. Por error, los exploradores romanos calculaban a la baja las fuerzas bárbaras y ambos ejércitos se prepararon para el combate.
En la batalla posiblemente se enfrentaron las siguientes fuerzas
Bárbaros - Romanos
Caballería: 12.000 - 8.000
Infantería pesada: 120.000 - 20.000
Infantería ligera: 20.000 - 28.000
Primera fase.
El 9 de Agosto del año 378 la vanguardia romana llegó a las inmediaciones de Adrianópolis encontrando el campamento bárbaro formado en círculo tras los carros. El ejército romano comenzó el despliegue con la infantería en el centro y la caballería en las alas mientras que Valente se colocó con su guardia detrás del centro. Fritigerno quiso entablar conversaciones, quizás temeroso ante la impresionante fuerza enemiga o quizás buscando ganar tiempo para que llegase la caballería alano-ostrogoda. Pero cuando las conversaciones iban a comenzar, parte de la infantería auxiliar romana al mando de Bacurio de Iberia y Cassio se lanzó al ataque contra la infantería goda situada en el exterior de su campamento. La caballería romana del ala izquierda apoyó el movimiento mientras el resto del ejército romano quedó sin actuar. Es posible que este movimiento se debiera a la tensión del momento y a la falta de coordinación entre las unidades. Y fue eso precisamente lo que permitió a la infantería goda rechazarlo.
Segunda fase.
El ala derecha bárbara atacó las posiciones romanas con el apoyo de parte de la caballería alano-ostrogoda al mando de Alateo y Safrax arrollando a la caballería del ala izquierda romana que regresó a sus posiciones de partida. El grueso del ejército bárbaro atacó las el centro y ala derecha romanos.
Tercera fase.
La caballería romana del ala izquierda lanzó un ataque contra la caballería bárbara de Alateo y Safrax haciéndola retroceder hasta su campamento. Pero, habiendo quedado en la carga sin apoyo de la infantería, los romanos fueron superados y dispersados por las fuerzas enemigas que salían del campamento. Este es sin duda el punto de inflexión de la batalla .
Cuarta fase.
Aniquiladas las fuerzas del flanco izquierdo romano, los bárbaros lanzan por esta zona fuerzas de caballería e infantería que explotan el éxito y atacan la retaguardia romana.
Quinta fase.
Los romanos mantienen focos aislados de resistencia y el propio emperador encuentra la muerte en los combates aunque su cuerpo nunca fue identificado. Unos 20.000 romanos logran salvarse de la derrota.
Los romanos mantienen focos aislados de resistencia y el propio emperador encuentra la muerte en los combates aunque su cuerpo nunca fue identificado. Unos 20.000 romanos logran salvarse de la derrota.
Los restos del ejército romano se dirigieron a Adrianópolis, ciudad amurallada que mantenía una guarnición y armó a sus ciudadanos. Los bárbaros, como había ocurrido desde que pasaron el Danubio, fueron incapaces de conquistar la ciudad al carecer de material y entrenamiento para ello, por lo que continuaron con el saqueo de pequeñas localidades. Al conocer la derrota, el emperador Graciano detuvo a sus fuerzas en el Ilírico, para defender su imperio de posibles incursiones, y apoyó a uno de sus generales, Teodosio, (posteriormente conocido como Teodosio I el Grande), como nuevo emperador de Oriente.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
5/12/10
Nota: en azul las fuerzas bárbaras y en rojo las romanas. La caballería tiene una diagonal. El campamento bárbaro está representado por una línea negra.
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domingo, 5 de diciembre de 2010
18:52
LA LEGIÓN ROMANA HASTA LA REFORMA DE MARIO
Al comienzo de la monarquía el ejército romano se formaba sólo con los patricios divididos en 30 curias. Cada curia aportaba 100 hombres de a pie, llamados "milities", y 10 jinetes, o "celeres" que constituían una "decuria". La infantería era mandada por un tribuno militaris y los jinetes por un tribuno celeres, residiendo el mando supremo en el rey. Durante los primeros tiempos de la historia romana el ejército no era permanente.
El sexto rey de Roma, Servio Tulio, acometió una reforma sustituyendo la organización en curias por la de centurias o grupo de 100 hombres y haciendo que los plebeyos prestasen servicio militar. La capacidad del ciudadano de dotarse de equipo personal era lo que determinaba su inclusión en un grupo. Así, los más adinerados componían la caballería (équites) seguidos por quienes formaban la infantería pesada y la ligera. Con la inclusión de los plebeyos el ejército de Servio Tulio llegó a tener unos 4.500 hombres en total, de los que 3.000 aproximadamente formaban la infantería pesada, 1.200 la ligera y 300 la caballería.
Marco Furio Camilo (446? - 365 a. C.) vivió los agitados tiempos de la invasión de los galos senones, a los que derrotó, y acometió una importante reforma de la legión.
En primer lugar, Camilo modificó el orden de combate olvidando, para la infantería pesada, el basado en la riqueza o censal (según el cual los más ricos formaban en las primeras filas y los menos detrás) adoptando en su lugar la formación de acuerdo con la edad y grado de instrucción. De este modo, la infantería pesada pasaba a formar en tres líneas: en la primera se integraban los más jóvenes (hastados), en la segunda los más veteranos (príncipes), y la en tercera, a modo de reserva, los veteranos. La infantería ligera (velites) siguió formando de acuerdo con el carácter censal. De esta manera, la Roma convulsionada por las luchas sociales entre patricios y plebeyos, encuentra en la legión el modo de articularse como un todo orgánico y dinámico que engloba a todos los grupos sociales.
En segundo lugar, Camilo introdujo los manípulos (manipulum) o unidades tácticas de de 200 hombres que permitían más movilidad, versatilidad en su empleo y capacidad de reacción. La fuerza de infantería de una legión pasa a dividirse en 21 manípulos que forman en combate en cuatro líneas, contando la primera con 6 manípulos de los velties o infantería ligera; en la con otros 6 manípulos, llamados hastati (hastatos), de la infantería pesada; en la tercera formaban otros 6 manípulos, los príncipes; y, tras estos, los triarii (triatos) que, con 3 manípulos y 600 hombres, contaban con los soldados más viejos y veteranos. Los triatos solo intervenían en casos excepcionales.
Camilo promovió la normalización del armamento haciendo, entre otras cosas, que el yelmo de metal sustituyera al de cuero y se mejorasen el pilum y los escudos. Con su sistema, la legión se componía de 4.200 hombres a pie y 300 jinetes.
Más tarde, con la reforma de Cayo Mario (cerca de 157-86 a. C.), se adoptó el sistema de cohortes. Cada cohorte estaba compuesta por unos 480 hombres divididos en tres manípulos de 160 soldados cada uno. Y cada manípulo se componía de dos centurias de 80 hombres. La división de la infantería entre hastati, príncipes y triarii desaparece y la infantería pasa a convertirse en un cuerpo homogéneo de infantería pesada sin distinguir a sus integrantes de acuerdo con la edad o el tipo de armamento. No obstante, se seguirán conservando las denominaciones de hastati, príncipes y triarii a efectos de escalafón. La infantería ligera o velites compuesta por romanos desapareció y su papel pasó a ser asumido por los auxilia o auxiliares no romanos, tropas mercenarias reclutadas entre aliados que eran agrupadas según su nacionalidad conservando su uniformidad, armas y modo de combate. Con el tiempo, la legión pasará a dividirse en 10 cohortes compuestas de 6 centurias cada una y alcanzará la cifra de 6.000 hombres de infantería y 300 jinetes a los que, cada vez más, habrá de sumarse personal de oficios, manteniéndose este orden hasta tiempos de Diocleciano. Junto al personal propio de la legión hay que contar un número indeterminado de comerciantes, prostitutas y compañeras de de legionarios (estos no podían casarse), que creaban auténticas ciudades alrededor de los campamentos romanos.
La reforma de Mario respondió a las nuevas necesidades de Roma tras las graves derrotas en las guerras contra cimbrios y teutones en 106 y 105 a. C. ya que a las grandes pérdidas en personal hubo de hacerse frente junto con un creciente desinterés de los ciudadanos romanos por servir en su ejército. Esto obligó a abandonar el concepto de ejército de ciudadanos y la idea de un servicio militar que comenzaba a los 17 años y mantenía como reservista al ciudadano hasta los 60. En su lugar se constituyó un ejército profesional reclutado entre las clases más desfavorecidas que lucha por la promesa de una paga y de un retiro, muchas veces consistente en tierras. El ejército profesional originó una creciente inestabilidad del gobierno republicano ya que los soldados tendían a ser más leales a sus generales que a sus gobernantes, sobre todo cuando algunos generales, como es el caso de Julio César en la guerra de las Galias, pagaba a sus soldados con sus fondos particulares. De esta manera, el ejército se conviertió en una herramienta para conquistar y conservar el poder.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
28/11/10
El sexto rey de Roma, Servio Tulio, acometió una reforma sustituyendo la organización en curias por la de centurias o grupo de 100 hombres y haciendo que los plebeyos prestasen servicio militar. La capacidad del ciudadano de dotarse de equipo personal era lo que determinaba su inclusión en un grupo. Así, los más adinerados componían la caballería (équites) seguidos por quienes formaban la infantería pesada y la ligera. Con la inclusión de los plebeyos el ejército de Servio Tulio llegó a tener unos 4.500 hombres en total, de los que 3.000 aproximadamente formaban la infantería pesada, 1.200 la ligera y 300 la caballería.
Marco Furio Camilo (446? - 365 a. C.) vivió los agitados tiempos de la invasión de los galos senones, a los que derrotó, y acometió una importante reforma de la legión.
En primer lugar, Camilo modificó el orden de combate olvidando, para la infantería pesada, el basado en la riqueza o censal (según el cual los más ricos formaban en las primeras filas y los menos detrás) adoptando en su lugar la formación de acuerdo con la edad y grado de instrucción. De este modo, la infantería pesada pasaba a formar en tres líneas: en la primera se integraban los más jóvenes (hastados), en la segunda los más veteranos (príncipes), y la en tercera, a modo de reserva, los veteranos. La infantería ligera (velites) siguió formando de acuerdo con el carácter censal. De esta manera, la Roma convulsionada por las luchas sociales entre patricios y plebeyos, encuentra en la legión el modo de articularse como un todo orgánico y dinámico que engloba a todos los grupos sociales.
En segundo lugar, Camilo introdujo los manípulos (manipulum) o unidades tácticas de de 200 hombres que permitían más movilidad, versatilidad en su empleo y capacidad de reacción. La fuerza de infantería de una legión pasa a dividirse en 21 manípulos que forman en combate en cuatro líneas, contando la primera con 6 manípulos de los velties o infantería ligera; en la con otros 6 manípulos, llamados hastati (hastatos), de la infantería pesada; en la tercera formaban otros 6 manípulos, los príncipes; y, tras estos, los triarii (triatos) que, con 3 manípulos y 600 hombres, contaban con los soldados más viejos y veteranos. Los triatos solo intervenían en casos excepcionales.
Camilo promovió la normalización del armamento haciendo, entre otras cosas, que el yelmo de metal sustituyera al de cuero y se mejorasen el pilum y los escudos. Con su sistema, la legión se componía de 4.200 hombres a pie y 300 jinetes.
Más tarde, con la reforma de Cayo Mario (cerca de 157-86 a. C.), se adoptó el sistema de cohortes. Cada cohorte estaba compuesta por unos 480 hombres divididos en tres manípulos de 160 soldados cada uno. Y cada manípulo se componía de dos centurias de 80 hombres. La división de la infantería entre hastati, príncipes y triarii desaparece y la infantería pasa a convertirse en un cuerpo homogéneo de infantería pesada sin distinguir a sus integrantes de acuerdo con la edad o el tipo de armamento. No obstante, se seguirán conservando las denominaciones de hastati, príncipes y triarii a efectos de escalafón. La infantería ligera o velites compuesta por romanos desapareció y su papel pasó a ser asumido por los auxilia o auxiliares no romanos, tropas mercenarias reclutadas entre aliados que eran agrupadas según su nacionalidad conservando su uniformidad, armas y modo de combate. Con el tiempo, la legión pasará a dividirse en 10 cohortes compuestas de 6 centurias cada una y alcanzará la cifra de 6.000 hombres de infantería y 300 jinetes a los que, cada vez más, habrá de sumarse personal de oficios, manteniéndose este orden hasta tiempos de Diocleciano. Junto al personal propio de la legión hay que contar un número indeterminado de comerciantes, prostitutas y compañeras de de legionarios (estos no podían casarse), que creaban auténticas ciudades alrededor de los campamentos romanos.
La reforma de Mario respondió a las nuevas necesidades de Roma tras las graves derrotas en las guerras contra cimbrios y teutones en 106 y 105 a. C. ya que a las grandes pérdidas en personal hubo de hacerse frente junto con un creciente desinterés de los ciudadanos romanos por servir en su ejército. Esto obligó a abandonar el concepto de ejército de ciudadanos y la idea de un servicio militar que comenzaba a los 17 años y mantenía como reservista al ciudadano hasta los 60. En su lugar se constituyó un ejército profesional reclutado entre las clases más desfavorecidas que lucha por la promesa de una paga y de un retiro, muchas veces consistente en tierras. El ejército profesional originó una creciente inestabilidad del gobierno republicano ya que los soldados tendían a ser más leales a sus generales que a sus gobernantes, sobre todo cuando algunos generales, como es el caso de Julio César en la guerra de las Galias, pagaba a sus soldados con sus fondos particulares. De esta manera, el ejército se conviertió en una herramienta para conquistar y conservar el poder.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
28/11/10
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domingo, 28 de noviembre de 2010
21:45
SÍNTESIS DE LA BATALLA DE CANNAS
La batalla de Cannas (o Cannæ) fue un enfrentamiento militar dentro de la Segunda Guerra púnica ocurrido el 2 de agosto del año 216 a. C. entre los ejércitos de Aníbal y Roma, comandas estas últimas por los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo. La táctica empleada por Aníbal es hoy día un modelo clásico después de haber servido como inspiración al Estado mayor prusiano y alemán antes de la Primera Guerra Mundial.
Las fuerzas romanas contaban en la batalla con 75.000 soldados de infantería, 2.400 jinetes romanos y unos 4.000 jinetes aliados de caballería aliada. A estas fuerzas debían sumarse algo más de 10.000 soldados de infantería que no llegaron a intervenir en la batalla. Frente a esas fuerzas Anibal contaba con 46.000 soldados de infantería y 8.000 jinetes.
En esencia, la batalla de Cannas es un ejemplo de batalla que acepta el encuentro en un el centro que cede ante el avance del enemigo haciéndole meter en una especie de U mientras que los flancos se mantienen firmes aceptando el combate. En determinado momento, una de las alas acepta el combate cuando le es favorable para que una vez ha sido resuelto favorablemente pueda Transferir parte de sus efectivos al otro ala por detrás de la línea de combate. Una vez ambos flancos enemigos han sido derrotados las alas caen sobre la retaguardia del enemigo que queda embolsado.
En Cannas los ejércitos se desplegaron en una llanura. Los romanos con la infantería en el centro y la caballería en las alas, la romana en la izquierda y la aliada en la derecha. Aníbal colocó a su infantería también en la parte central de su despliegue pero con su centro avanzado hacia el despliegue romano a modo de arco colocando a galos e íberos mientras que a los flancos colocó a infantes libios. En las alas desplegó la caballería, la ligera númida a la derecha frente a la caballería de los aliados de Roma, y la pesada formada por jinetes galos e íberos a la izquierda, frente a la caballería romana.
El ataque fue comenzado por los romanos. El centro del despliegue cartaginés cedió ocupando las fuerzas romanas el espacio desalojado mientras que los flancos cartagineses se mantenían firmes.
La caballería cartaginesa de ambas alas ataca a la romana. Mientras la ligera númida es contenida, la pesada de galos e íberos derrota a la romana. Aníbal ordena que parte de esta fuerza ayude a la ligera númida trasladándose por detrás de la línea de la infantería cartaginesa, evitando así ser vista por el mando romano.
Los dos flacos de la infantería cartaginesa, compuesta por libios, no cedían al avance romano mientras sí lo hacía el centro de galos e íberos. De esta manera la infantería romana avanza formando una U que encaja en la U formada por la infantería de Aníbal.
La caballería romana es derrotada por la de Aníbal que cierra el espacio abierto de la U.
Las fuerzas romanas, completamente cercadas, son aniquiladas. Tito Livio cifra los caídos romanos en 50.000 y Plutarco en 70.000 en la que fue la mayor derrota de la historia de Roma. Los romanos perdieron en la batalla al cónsul Lucio Emilio Paulo, los dos cónsules precedentes, dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y alrededor de ochenta de los 300 senadores. Al día siguiente, las fuerzas romanas que no habían intervenido en la batalla combatieron con los cartagineses siendo derrotados y sufriendo 2.000 muertos y 8.000 prisioneros. Los cartagineses tuvieron unos 6.000 muertos.
Tras esta victoria Aníbal no pudo o no se atrevió a conquistar Roma, invernando en Capua. Roma, temerosa del genio militar de Aníbal, le sometió a una guerra de desgaste y, más tarde, llevó el teatro de operaciones a tierras de Cartago. Aníbal abandonó a sus fuerzas en Italia para defender su patria amenazada y, por una de esas extrañas ironías que tiene la historia, los romanos le derrotaron en la Batalla de Zama, también llamada de Naraggara, el 19 octubre del 202 a.C., empleando la misma táctica que a tan alto precio habían aprendido en Cannas.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
21/10/11
Las fuerzas romanas contaban en la batalla con 75.000 soldados de infantería, 2.400 jinetes romanos y unos 4.000 jinetes aliados de caballería aliada. A estas fuerzas debían sumarse algo más de 10.000 soldados de infantería que no llegaron a intervenir en la batalla. Frente a esas fuerzas Anibal contaba con 46.000 soldados de infantería y 8.000 jinetes.
En esencia, la batalla de Cannas es un ejemplo de batalla que acepta el encuentro en un el centro que cede ante el avance del enemigo haciéndole meter en una especie de U mientras que los flancos se mantienen firmes aceptando el combate. En determinado momento, una de las alas acepta el combate cuando le es favorable para que una vez ha sido resuelto favorablemente pueda Transferir parte de sus efectivos al otro ala por detrás de la línea de combate. Una vez ambos flancos enemigos han sido derrotados las alas caen sobre la retaguardia del enemigo que queda embolsado.
En Cannas los ejércitos se desplegaron en una llanura. Los romanos con la infantería en el centro y la caballería en las alas, la romana en la izquierda y la aliada en la derecha. Aníbal colocó a su infantería también en la parte central de su despliegue pero con su centro avanzado hacia el despliegue romano a modo de arco colocando a galos e íberos mientras que a los flancos colocó a infantes libios. En las alas desplegó la caballería, la ligera númida a la derecha frente a la caballería de los aliados de Roma, y la pesada formada por jinetes galos e íberos a la izquierda, frente a la caballería romana.
El ataque fue comenzado por los romanos. El centro del despliegue cartaginés cedió ocupando las fuerzas romanas el espacio desalojado mientras que los flancos cartagineses se mantenían firmes.
La caballería cartaginesa de ambas alas ataca a la romana. Mientras la ligera númida es contenida, la pesada de galos e íberos derrota a la romana. Aníbal ordena que parte de esta fuerza ayude a la ligera númida trasladándose por detrás de la línea de la infantería cartaginesa, evitando así ser vista por el mando romano.
Los dos flacos de la infantería cartaginesa, compuesta por libios, no cedían al avance romano mientras sí lo hacía el centro de galos e íberos. De esta manera la infantería romana avanza formando una U que encaja en la U formada por la infantería de Aníbal.
La caballería romana es derrotada por la de Aníbal que cierra el espacio abierto de la U.
Las fuerzas romanas, completamente cercadas, son aniquiladas. Tito Livio cifra los caídos romanos en 50.000 y Plutarco en 70.000 en la que fue la mayor derrota de la historia de Roma. Los romanos perdieron en la batalla al cónsul Lucio Emilio Paulo, los dos cónsules precedentes, dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y alrededor de ochenta de los 300 senadores. Al día siguiente, las fuerzas romanas que no habían intervenido en la batalla combatieron con los cartagineses siendo derrotados y sufriendo 2.000 muertos y 8.000 prisioneros. Los cartagineses tuvieron unos 6.000 muertos.
Tras esta victoria Aníbal no pudo o no se atrevió a conquistar Roma, invernando en Capua. Roma, temerosa del genio militar de Aníbal, le sometió a una guerra de desgaste y, más tarde, llevó el teatro de operaciones a tierras de Cartago. Aníbal abandonó a sus fuerzas en Italia para defender su patria amenazada y, por una de esas extrañas ironías que tiene la historia, los romanos le derrotaron en la Batalla de Zama, también llamada de Naraggara, el 19 octubre del 202 a.C., empleando la misma táctica que a tan alto precio habían aprendido en Cannas.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
21/10/11
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lunes, 22 de noviembre de 2010
0:35
LA BATALLA DE LAS TERMÓPILAS
Conocemos como Batalla de Las Termópilas el enfrentamiento que tuvo lugar en agosto o septiembre de -480, durante la segunda Guerra Médica, entre fuerzas griegas y persas en el paso de ese nombre. Termópilas significa Puertas Calientes por los manantiales de agua caliente que existían en la zona.
El ejército griego se componía de una fuerza superior a los 7.000 hombres, y tenía como misión bloquear el paso por Las Termópilas a los persas en su avance hacia la Grecia continental mientras la flota les bloqueaba en Artemisio.
Las fuerzas persas se estiman en unos 200.000 a 250.000 hombres. No está claro que todos ellos llegaran al paso y participaran en la batalla porque cabe que una parte se quedar a de guarnición en Macedonia y Tesalia, tras su paso desde Asia Menor, o fuese empelada para otros fines. Ctesias sugiere que fueron 80.000 los persas que cambatieron en las Termópilas.
A finales de agosto o a comienzos de septiembre, griegos y persas se enfrentaron. El paso era un angosto desfiladero que por uno de sus lados caía hacia el mar. Los griegos se hicieron fuertes aprovechando un pequeño muro no muy alto. La estrechez del lugar impedía a los persas hacer uso de su superioridad numérica y debían empeñarse en apretadas olas de combatientes contra los griegos. Estos, gracias a su superior armamento y técnica combativa, contuvieron el avance enemigo durante siete días, de los que tres fueron de combates, derrotando a la fuerza de élite persa, los llamados “Diez mil inmortales”.
Un lugareño llamado Efialtes mostró a los persas un camino que les permitía salvar el paso y caer sobre la retaguardia griega. Una vez que Leónidas, rey espartano y comandante de los griegos, supo que la situación estaba perdida, cubrió el repliegue de la mayor parte de las fuerzas griegas con los restos de sus “300” espartanos y de los 700 tespios, 400 tebanos y quizás algunos soldados más. Entre estos últimos quizás 1.000 focidios y 900 hilotas. Debe entenderse que de las fuerzas griegas que libraron la última parte de la batalla han de descontarse los caídos previamente, cuya cifra ignoramos. Lo más seguro es que la mayoría de quienes quedaron debieron morir en el combate subsiguiente.
Erróneamente se piensa que en la fase final de la batalla lucharon sólo “los 300” espartanos de Leónidas, lo que, como se ha señalado, es incorrecto. Esparta aportó a la campaña un contingente de entre 1000 y 1300 hombres. Diodoro dice que “Leónidas, cuando recibió el mandato, anunció que sólo un millar de hombres le acompañarían en la campaña” pero luego afirma que “había, por tanto, un millar de los lacedemonios, y con ellos trescientos espartiatas”. Hemos de considerar que los soldados aportados por los espartanos más allá de “los 300” debieron ser tropas auxiliares de lacedemonios y periecos, cuyo valor en combate, sin duda, era muy inferior al de los espartiatas.
La estrategia griega requería la contención terrestre en Las Termópilas y la naval en Artemisio. Tras la batalla de Las Termópilas, la flota griega se retiró a Salamina mientras los persas avanzaban por tierra atravesando Beocia y ocupando Atenas, previamente evacuada. Pero entonces, la flota griega derrotó a la persa en la decisiva batalla de Salamina. Aniquilada su flota, Jerjes, para evitar quedar atrapado en Grecia, se retiró a Asia. Pero dejó en Grecia al general Mardonio con un ejército que fue derrotado al año siguiente en la batalla terrestre de Platea, lo que puso fin a la invasión persa.
“Viajero, ve a Esparta y cuenta que aquí hemos muerto en obediencia a sus leyes” dicen las palabras del poeta Simónides en recuerdo de la gesta.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
14/11/10
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domingo, 14 de noviembre de 2010
20:34
ACERCA DE LA BATALLA DE QADESH
DETERMINACIÓN CRONOLÓGICA Y FUENTES
La Batalla de Qadesh (anteriormente conocida en el ámbito de lengua castellana como de Kadesh) es la primera batalla documentada que ha llegado hasta nosotros, la primera tras la que nos consta la redacción de un tratado de paz escrito y posiblemente la última de relevancia librada con tecnología de la Edad del Bronce. Se supone que tuvo lugar a finales de mayo del año 1274 a. C. aunque muchas son las dudas que existen sobre su fecha ya que se ha datado entre 1300 y 1213 a. C. Lo que sí está claro es que se trató de un combate en las inmediaciones de la ciudad de Qadesh, en la actual Siria, entre fuerzas de infantería y carros de guerra que enfrentó a las fuerzas egipcias del faraón Ramsés II a las hititas de Muwatallish. Parece ser que la batalla comenzó favorablemente para los hititas y que pudo terminar con un éxito egipcio, si bien con importantes bajas, o con la derrota egipcia, aunque no total, suponiendo, en todo caso, un empate con notables ventajas geoestratégicas para los hititas.
Los documentos contemporáneos que conocemos sobre la batalla son fuentes egipicas: el Poema de Pentaur, un relato en bajorrelieve de la batalla que se dice escrito por Ramsés II del que existen ocho copias; el Boletín de Guerra, siete copias en forma de bajorrelieve junto al poema; el tratado paz firmado tal vez varios años después de la batalla.
CONDICIONANTES POLÍTICOS Y GEOESTRATÉGICOS DE LA BATALLA
En la época, Siria era un país rico gracias a su producción alimenticia, especialmente de trigo, sus derechos aduaneros y por ser un paso obligado de mercancías tales como alimentos, cobre, estaño, herramientas, joyas, metales preciosos y productos de lujo, maderas, productos textiles, vidrio. El país hacía de puente entre el Egeo y Asia Menor a través del puerto de Ugarit, localidad que ha sido equiparada con la Venecia medieval, dependiendo de su tráfico el suministro a lugares tan remotos como pudieran ser las tierras de las actuales Afganistán e Irán.
Siria se había encontrado rodeada de grandes potencias. Egipto y Mittani, las dos más grandes en su momento, estaban en permanente conflicto desde que Mittani había arrebatado posesiones egipcias en Siria, pero concertaron una paz que evitase su desgaste en beneficio de terceros. Con posterioridad a ese acuerdo, el rey hitita Shubiluliuma I comenzó una serie de acciones contra Mittani sin que los faraones Tutmosis III y Amenofis II reaccionaron. Shaushtatar, rey de Mittani, temiendo una guerra en dos frentes contra hititas y egipcios, ofreció a estos últimos un tratado de paz que fue aceptado y posteriormente reforzado cuando Amenofis III y Taduhepa, hija del siguiente rey mitano, Artatama I, se casaron. Las fronteras entre territorios sometidos a las influencias egipcias y mitanas se definieron aunque Hatti ambicionaba las tierras sirias repartidas entre ellos. El reino de Amurru, el valle del río Eleuteros y las ciudades de Qadesh (que eran dos: una nueva, sobre un promontorio, y una antigua cerca a la otra, en terreno llano) fueron cedidos a Egipto por Mittani, beneficiándose esta con la renuncia egipcia a territorios mittanos conquistados por Tutmosis I y Tutmosis III.
En tiempos del faraón Amenofis III el reino de los amurru o amorreos, de manera paulatina y ante la indiferencia egipcia, se adueñó del territorio comprendido entre el Mediterráneo y el río Orontes, atacando posteriormente a Mittani. Pero Nittani les venció y ocupó su reino y provocando que Egipto mandase fuerzas para rein-tegrar el reino de los amurru en su área de influencia, acabandose así con los más de dos siglos de paz entre Egipto y Mittani, sucediendose nuevos conflictos entre ambos.
Entonces, Shubiluliuma I el Grande, nuevo rey de Hatti, ataca a Mittani y le arrebata
territorios en la que se conoce como Primera Guerra Siria. En la segunda, Mittani intenta recuperarlos siendo totalmente destruida por Hatti. El faraón Amenofis IV, conocido como Ake-natón, no reaccionó y continuó la expansión hitita que conquistó lugares como Ugarit y Qadesh.
Tras un período de incertidumbre, Qadesh queda de nuevo nominalmente bajo control egipcio, pero su nuevo rey Aitakama, no se comporta como un vasallo egipcio al pedir a otros Estados ayuda para atacar a la ciudad de Upe (también vasalla egipcia). Akenatón respondió ordenando a su vasallo Aziru, rey de Amurru, la lucha contra Qadesh y entegándole oro y pertrechos que utilizó no frente a Qadesh si no en su expansión con el apoyo de Hatti.
Aunque no ha sido probado se supone que Akenatón pudo mandar un ejército que fue destruido quedando la zona bajo influencia hitita. Al morir el faraón se sucede un período de inestabilidad en Egipto que dura más de 30 años hasta que Ramsés I y su hijo Seti centran su política exterior en la recuperación de los territorios perdidos, reincorporando temporalmente Qadesh, que volvería a caer bajo control hitita. Es en este contexto que Ramsés II, hijo de Seti I, decidió ponerse al frente de un gran ejército para exigir el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina. El rey hitita Muwatallish, conocedor de los planes de Ramsés II y de que este necesitaba Qadesh si quería recuperar el control de Siria, comprendió que el vasallaje respecto de Egipto, de grado o por la fuerza, le haría perder el centro y norte de Siria. Pero los hititas tenían una ventaja respecto de años anteriores porque Mittani ya no existía y no podía ayudar a Egipto y la amenaza asiria a su este había desaparecido. Hatti estaba en mejores condiciones de las que nunca había estado para enfrentarse a Egipto y ambas potencias estaban decididas a enfrentarse en Qadesh para resolver quién controlaría Siria.
EJÉRCITOS ENFERENTADOS
Se estima que en Qadesh se pudieron enfrentar más de de 40.000 infantes y entre 2.500y 3.500 carros, por parte hitita, a 25.000 infantes o algo más y 2.500 carros, por parte egipcia.
Entre los antiguos egipcios la milicia raramente tuvo alta consideración y su ejército nunca fue numeroso ni destacó salvo en muy breves períodos. Es por ello que resultaba difícil reclutar tropas con levas obligatorias y fue necesario contar con mercenarios extranjeros, especialmente nubios y, en menor medida, libios y asiáticos. Hubo que esperar hasta el Imperio Nuevo para que Egipto tuviera, tras la dominación de los hicsos, un ejército regular aunque poco numeroso en el que siguieron abundando mercenarios extranjeros. En esa época, tanto el faraón como algunos nobles se rodearon de un pequeño grupo armado a modo de hueste. La invasión hicsa había sido posible, en parte, gracias al uso del carro de guerra. Este había sido desarrollado después de la domesticación del caballo y se había convertido en un arma extraodinaria adoptada por los egipcios.
El ejército egipcio se dividía en cuerpos de ejército o divisiones integrados por unos 5.000 hombres, 4.000 de ellos infantes y 1.000 aurigas tripulando 500 carros de guerra. La unidad básica de combate de infantería era una compañía de 50 hombres integrada en batallones de 250. En cada compañía se destinaban 25 carros y los había de tres tipos: de combate, los más pesados, y otros más ligeros y veloces, los dedicados a las comunicaciones y exploración.
Diversas armas egipcias El carro de combate se usaba para el ataque frontal a la infantería o para rodearla desbaratando así su orden de combate ya que contra los carros no había mucha posibilidad de defensa.
Cada cuerpo de ejército tenía veinte compañías y veinte oficiales superiores bajo el mando de un general. Los combatientes debían luchar por su reputación y por la defensa del faraón. Si lo hacían con honor se les otorgaba una especie de condecoración pero si mostraban cobardía o huían podían ser castigados o ejecutados, siendo en algunos casos los castigos extensibles hasta su familia. Los combatientes distinguidos recibían del faraón condecoraciones, bienes inmuebles, esclavos y otros bienes. Los mandos del ejército se nutrían de las familias más preeminentes que enviaban a sus hijos a una especie de academia militar cuando eran unos niños. Las armas utilizadas por los soldados de infantería, todas de bronce, eran lanzas, jabalinas, mazas, hachas de combate, espadas, sables curvos llamados kopesh, arcos sencillos y arcos de doble curvatura de origen hitita. Para su protección dispo-
nían de escudos de madera, cuero curtido o caña trenzada pero carecían de armaduras, cotas de malla o casco. Durante la dinastía XVIII se introdujo el arco triangular, más fácil de manejar y de fabricar que los anteriores, capaz de atravesar armaduras.
Para enfrentarse al ejército hitita, posiblemente superior al egipcio hasta ese momento, este último debió asumir un esfuerzo para modernizarse y mejorar su armamento: adoptó el arco compuesto (que requería dos años para terminar su fabricación) y la espada llamada kopish, un eficaz modelo que servía para apuñalar como y cortar; y mejoró las hachas y los carros de combate, haciéndolos más livianos que los hititas y desplazando su eje hacia atrás para darles más maniobrabilidad; esta ventaja de maniobrabilidad permitía una tripulación de sólo dos personas (auriga y arquero) frente a los tres de los más pesados carros hititas.
Los hititas destacaron por el uso del carro de combate y desarrollaron un diseño con ruedas más ligeras y cuatro radios, en lugar de ocho, capaz de transportar a tres guerreros en vez de dos. Poseían hachas de penetración y espadas rectas de bronce, posiblemente modelos indoeuropeos, y arcos compuestos.
LA BATALLA
Muwattali, el rey hitita, organizó una gran coalición contra Egipto en la que participaron más de una quincena de Estados. La batalla tendría lugar estaba cerca de sus bases lo que significaba una ventaja estratégica y a su favor también estaba una acción diplomática continuada a lo largo de muchos años. Egipto había perdido amigos y aliados y debía proyectar sus fuerzas a un lugar lejano atravesando Cannan y Fenicia. Durante su progresión, pudo contactar con los “nearin”, fuerzas integradas por soldados asiáticos al servicio de Egipto que esperaban esta-cionados en las costas de Amurru, y les ordenó dirigirse hacia el interior para coincidir con sus cuatro cuerpos de ejército (o divisiones) en Kadesh.
La vanguardia egipcia capturó a dos miembros de la tribu de los Ahasu que informaron al faraón de que el rey hitita, temeroso del combate, y su ejército estaban en Alepo, unos 200 kilómetros al norte. Confiado, Ramsés II cruzó el Orontes por el vado de Shaltuna y, una vez en el margen oeste, avanzó al frente del cuerpo de ejército Amón mientras que los de Ra, Ptah y Sutekh se man-tenían retrasadas. El cuerpo de ejército Amón bajo las órdenes de Ramsés II instaló su cam-pamento al oeste de Kadesh en espera de que convergiese el resto de sus fuerzas y atacar con ellas la ciudad, levantada sobre un promontorio convertido casi en una isla. Pero las fuerzas hititas no estaban en Alepo si no emboscadas al este de Kadesh en espera de una ocasión propicia para atacar a las egipcias. El interrogatorio de dos soldados hititas permitió a los egipcios comprender lo compro-metido de su situación, por lo que Ramsés II, compro-bando que el cuerpo de ejército Ra se acercaba al campamento, ordenó acudir en busca del de Ptah. Pero Muwattali ordenó a sus carros cruzar el Orontes y atacar de flanco a la división Ra mientras se desplazaba en orden de marcha sin adivinar el peligro, quedando arrollada
y llevando en su huida el pánico al cuerpo de ejército Amón, cuyo campamento quedó destrozado por el avance hitita. Pareciendo todo perdido, la situación se inclinó del lado de Ramsés II cuando sus enemigos de se dedicaron al saqueo porque con ello le permitió reorganizar sus fuerzas y lanzarse al combate montando su carro y animando a sus tropas con el ejemplo. Esta reacción, coincidiendo con la aparición de los “nearin” desde el este, hizo retirarse a los hititas hacia el sur. Ramsés II, reuniendo sus fuerzas, se lanzó contra los hititas, que no pudieron resistir el asalto y retrocedieron hacia el río. Un segunda oleada de carros hititas intentó cambiar la situación pero fue rechazada. Muwattali, desde el otro lado del río, no hizo intervenir a su infantería y Ramsés II quedó dueño del campo de batalla. Al final de la acción llegó el cuerpo de ejército Ptah que intervino en los últimos combates. Parece ser que al día siguiente se produjo un nuevo enfrentamiento entre los ejércitos enemigos sin que fuera decisivo. Los hititas, habían perdido muchos carros y su infantería, aunque más numerosa que la egipcia, había sufrido más en el combate y era menos disciplinada. Igualmente, habían perdido al hermano del rey y numerosos jefes. Muwattali habría ofrecido la paz a un Ramsés II consciente de la imposibilidad egipcia de explotar la victoria que habría aceptado el cese de las hostilidades, que no la paz, y el regreso a Egipto.
CONSECUENCIAS DE LA BATALLA
Ya se ha comentado que la batalla acabó en empate pero sin duda favoreció al bando hitita ya que conservó Kadesh y ocupó el reino de Amurrú así como Upi (Damasco). Pero en los años siguientes, los hititas no fueron capaces de enfrentarse a los egipcios y Ramsés II aseguró Canaan y Fenicia, recuperó Upi y conquistó algunas ciudades hititas. Años más tarde, la irrupción de Asiria hizo que el rey hitita Hattusil III pidiera ayuda de Ramsés II.
Posiblemente, Egipto habría evitado su desgaste y el fortalecimiento de Hatti de haber jugado la baza militar y diplomática en los decenios anteriores a Qadesh apoyando y manteniendo a Mittani como aliado en vez de dejarle sucumbir frente a los hititas. Cuando tuvo lugar el choque entre Egito y Hatti, la posición estratégica y diplomática de esta última era superior a la egipcia.
Las cambiantes circunstancias del mundo mesopotámico antiguo con el ascenso de Asirio consolidó a Egipto frente a Hatti en vísperas de la aparición de los Pueblos del Mar, pero la posición egipcia en la zona había quedado gravemente deteriorada.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
31/10/10
La Batalla de Qadesh (anteriormente conocida en el ámbito de lengua castellana como de Kadesh) es la primera batalla documentada que ha llegado hasta nosotros, la primera tras la que nos consta la redacción de un tratado de paz escrito y posiblemente la última de relevancia librada con tecnología de la Edad del Bronce. Se supone que tuvo lugar a finales de mayo del año 1274 a. C. aunque muchas son las dudas que existen sobre su fecha ya que se ha datado entre 1300 y 1213 a. C. Lo que sí está claro es que se trató de un combate en las inmediaciones de la ciudad de Qadesh, en la actual Siria, entre fuerzas de infantería y carros de guerra que enfrentó a las fuerzas egipcias del faraón Ramsés II a las hititas de Muwatallish. Parece ser que la batalla comenzó favorablemente para los hititas y que pudo terminar con un éxito egipcio, si bien con importantes bajas, o con la derrota egipcia, aunque no total, suponiendo, en todo caso, un empate con notables ventajas geoestratégicas para los hititas.
Los documentos contemporáneos que conocemos sobre la batalla son fuentes egipicas: el Poema de Pentaur, un relato en bajorrelieve de la batalla que se dice escrito por Ramsés II del que existen ocho copias; el Boletín de Guerra, siete copias en forma de bajorrelieve junto al poema; el tratado paz firmado tal vez varios años después de la batalla.
CONDICIONANTES POLÍTICOS Y GEOESTRATÉGICOS DE LA BATALLA
En la época, Siria era un país rico gracias a su producción alimenticia, especialmente de trigo, sus derechos aduaneros y por ser un paso obligado de mercancías tales como alimentos, cobre, estaño, herramientas, joyas, metales preciosos y productos de lujo, maderas, productos textiles, vidrio. El país hacía de puente entre el Egeo y Asia Menor a través del puerto de Ugarit, localidad que ha sido equiparada con la Venecia medieval, dependiendo de su tráfico el suministro a lugares tan remotos como pudieran ser las tierras de las actuales Afganistán e Irán.
Siria se había encontrado rodeada de grandes potencias. Egipto y Mittani, las dos más grandes en su momento, estaban en permanente conflicto desde que Mittani había arrebatado posesiones egipcias en Siria, pero concertaron una paz que evitase su desgaste en beneficio de terceros. Con posterioridad a ese acuerdo, el rey hitita Shubiluliuma I comenzó una serie de acciones contra Mittani sin que los faraones Tutmosis III y Amenofis II reaccionaron. Shaushtatar, rey de Mittani, temiendo una guerra en dos frentes contra hititas y egipcios, ofreció a estos últimos un tratado de paz que fue aceptado y posteriormente reforzado cuando Amenofis III y Taduhepa, hija del siguiente rey mitano, Artatama I, se casaron. Las fronteras entre territorios sometidos a las influencias egipcias y mitanas se definieron aunque Hatti ambicionaba las tierras sirias repartidas entre ellos. El reino de Amurru, el valle del río Eleuteros y las ciudades de Qadesh (que eran dos: una nueva, sobre un promontorio, y una antigua cerca a la otra, en terreno llano) fueron cedidos a Egipto por Mittani, beneficiándose esta con la renuncia egipcia a territorios mittanos conquistados por Tutmosis I y Tutmosis III.
En tiempos del faraón Amenofis III el reino de los amurru o amorreos, de manera paulatina y ante la indiferencia egipcia, se adueñó del territorio comprendido entre el Mediterráneo y el río Orontes, atacando posteriormente a Mittani. Pero Nittani les venció y ocupó su reino y provocando que Egipto mandase fuerzas para rein-tegrar el reino de los amurru en su área de influencia, acabandose así con los más de dos siglos de paz entre Egipto y Mittani, sucediendose nuevos conflictos entre ambos.
Entonces, Shubiluliuma I el Grande, nuevo rey de Hatti, ataca a Mittani y le arrebata
territorios en la que se conoce como Primera Guerra Siria. En la segunda, Mittani intenta recuperarlos siendo totalmente destruida por Hatti. El faraón Amenofis IV, conocido como Ake-natón, no reaccionó y continuó la expansión hitita que conquistó lugares como Ugarit y Qadesh.
Tras un período de incertidumbre, Qadesh queda de nuevo nominalmente bajo control egipcio, pero su nuevo rey Aitakama, no se comporta como un vasallo egipcio al pedir a otros Estados ayuda para atacar a la ciudad de Upe (también vasalla egipcia). Akenatón respondió ordenando a su vasallo Aziru, rey de Amurru, la lucha contra Qadesh y entegándole oro y pertrechos que utilizó no frente a Qadesh si no en su expansión con el apoyo de Hatti.
Aunque no ha sido probado se supone que Akenatón pudo mandar un ejército que fue destruido quedando la zona bajo influencia hitita. Al morir el faraón se sucede un período de inestabilidad en Egipto que dura más de 30 años hasta que Ramsés I y su hijo Seti centran su política exterior en la recuperación de los territorios perdidos, reincorporando temporalmente Qadesh, que volvería a caer bajo control hitita. Es en este contexto que Ramsés II, hijo de Seti I, decidió ponerse al frente de un gran ejército para exigir el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina. El rey hitita Muwatallish, conocedor de los planes de Ramsés II y de que este necesitaba Qadesh si quería recuperar el control de Siria, comprendió que el vasallaje respecto de Egipto, de grado o por la fuerza, le haría perder el centro y norte de Siria. Pero los hititas tenían una ventaja respecto de años anteriores porque Mittani ya no existía y no podía ayudar a Egipto y la amenaza asiria a su este había desaparecido. Hatti estaba en mejores condiciones de las que nunca había estado para enfrentarse a Egipto y ambas potencias estaban decididas a enfrentarse en Qadesh para resolver quién controlaría Siria.
EJÉRCITOS ENFERENTADOS
Se estima que en Qadesh se pudieron enfrentar más de de 40.000 infantes y entre 2.500y 3.500 carros, por parte hitita, a 25.000 infantes o algo más y 2.500 carros, por parte egipcia.
Entre los antiguos egipcios la milicia raramente tuvo alta consideración y su ejército nunca fue numeroso ni destacó salvo en muy breves períodos. Es por ello que resultaba difícil reclutar tropas con levas obligatorias y fue necesario contar con mercenarios extranjeros, especialmente nubios y, en menor medida, libios y asiáticos. Hubo que esperar hasta el Imperio Nuevo para que Egipto tuviera, tras la dominación de los hicsos, un ejército regular aunque poco numeroso en el que siguieron abundando mercenarios extranjeros. En esa época, tanto el faraón como algunos nobles se rodearon de un pequeño grupo armado a modo de hueste. La invasión hicsa había sido posible, en parte, gracias al uso del carro de guerra. Este había sido desarrollado después de la domesticación del caballo y se había convertido en un arma extraodinaria adoptada por los egipcios.
El ejército egipcio se dividía en cuerpos de ejército o divisiones integrados por unos 5.000 hombres, 4.000 de ellos infantes y 1.000 aurigas tripulando 500 carros de guerra. La unidad básica de combate de infantería era una compañía de 50 hombres integrada en batallones de 250. En cada compañía se destinaban 25 carros y los había de tres tipos: de combate, los más pesados, y otros más ligeros y veloces, los dedicados a las comunicaciones y exploración.
Diversas armas egipcias El carro de combate se usaba para el ataque frontal a la infantería o para rodearla desbaratando así su orden de combate ya que contra los carros no había mucha posibilidad de defensa.
Cada cuerpo de ejército tenía veinte compañías y veinte oficiales superiores bajo el mando de un general. Los combatientes debían luchar por su reputación y por la defensa del faraón. Si lo hacían con honor se les otorgaba una especie de condecoración pero si mostraban cobardía o huían podían ser castigados o ejecutados, siendo en algunos casos los castigos extensibles hasta su familia. Los combatientes distinguidos recibían del faraón condecoraciones, bienes inmuebles, esclavos y otros bienes. Los mandos del ejército se nutrían de las familias más preeminentes que enviaban a sus hijos a una especie de academia militar cuando eran unos niños. Las armas utilizadas por los soldados de infantería, todas de bronce, eran lanzas, jabalinas, mazas, hachas de combate, espadas, sables curvos llamados kopesh, arcos sencillos y arcos de doble curvatura de origen hitita. Para su protección dispo-
nían de escudos de madera, cuero curtido o caña trenzada pero carecían de armaduras, cotas de malla o casco. Durante la dinastía XVIII se introdujo el arco triangular, más fácil de manejar y de fabricar que los anteriores, capaz de atravesar armaduras.
Para enfrentarse al ejército hitita, posiblemente superior al egipcio hasta ese momento, este último debió asumir un esfuerzo para modernizarse y mejorar su armamento: adoptó el arco compuesto (que requería dos años para terminar su fabricación) y la espada llamada kopish, un eficaz modelo que servía para apuñalar como y cortar; y mejoró las hachas y los carros de combate, haciéndolos más livianos que los hititas y desplazando su eje hacia atrás para darles más maniobrabilidad; esta ventaja de maniobrabilidad permitía una tripulación de sólo dos personas (auriga y arquero) frente a los tres de los más pesados carros hititas.
Los hititas destacaron por el uso del carro de combate y desarrollaron un diseño con ruedas más ligeras y cuatro radios, en lugar de ocho, capaz de transportar a tres guerreros en vez de dos. Poseían hachas de penetración y espadas rectas de bronce, posiblemente modelos indoeuropeos, y arcos compuestos.
LA BATALLA
Muwattali, el rey hitita, organizó una gran coalición contra Egipto en la que participaron más de una quincena de Estados. La batalla tendría lugar estaba cerca de sus bases lo que significaba una ventaja estratégica y a su favor también estaba una acción diplomática continuada a lo largo de muchos años. Egipto había perdido amigos y aliados y debía proyectar sus fuerzas a un lugar lejano atravesando Cannan y Fenicia. Durante su progresión, pudo contactar con los “nearin”, fuerzas integradas por soldados asiáticos al servicio de Egipto que esperaban esta-cionados en las costas de Amurru, y les ordenó dirigirse hacia el interior para coincidir con sus cuatro cuerpos de ejército (o divisiones) en Kadesh.
La vanguardia egipcia capturó a dos miembros de la tribu de los Ahasu que informaron al faraón de que el rey hitita, temeroso del combate, y su ejército estaban en Alepo, unos 200 kilómetros al norte. Confiado, Ramsés II cruzó el Orontes por el vado de Shaltuna y, una vez en el margen oeste, avanzó al frente del cuerpo de ejército Amón mientras que los de Ra, Ptah y Sutekh se man-tenían retrasadas. El cuerpo de ejército Amón bajo las órdenes de Ramsés II instaló su cam-pamento al oeste de Kadesh en espera de que convergiese el resto de sus fuerzas y atacar con ellas la ciudad, levantada sobre un promontorio convertido casi en una isla. Pero las fuerzas hititas no estaban en Alepo si no emboscadas al este de Kadesh en espera de una ocasión propicia para atacar a las egipcias. El interrogatorio de dos soldados hititas permitió a los egipcios comprender lo compro-metido de su situación, por lo que Ramsés II, compro-bando que el cuerpo de ejército Ra se acercaba al campamento, ordenó acudir en busca del de Ptah. Pero Muwattali ordenó a sus carros cruzar el Orontes y atacar de flanco a la división Ra mientras se desplazaba en orden de marcha sin adivinar el peligro, quedando arrollada
y llevando en su huida el pánico al cuerpo de ejército Amón, cuyo campamento quedó destrozado por el avance hitita. Pareciendo todo perdido, la situación se inclinó del lado de Ramsés II cuando sus enemigos de se dedicaron al saqueo porque con ello le permitió reorganizar sus fuerzas y lanzarse al combate montando su carro y animando a sus tropas con el ejemplo. Esta reacción, coincidiendo con la aparición de los “nearin” desde el este, hizo retirarse a los hititas hacia el sur. Ramsés II, reuniendo sus fuerzas, se lanzó contra los hititas, que no pudieron resistir el asalto y retrocedieron hacia el río. Un segunda oleada de carros hititas intentó cambiar la situación pero fue rechazada. Muwattali, desde el otro lado del río, no hizo intervenir a su infantería y Ramsés II quedó dueño del campo de batalla. Al final de la acción llegó el cuerpo de ejército Ptah que intervino en los últimos combates. Parece ser que al día siguiente se produjo un nuevo enfrentamiento entre los ejércitos enemigos sin que fuera decisivo. Los hititas, habían perdido muchos carros y su infantería, aunque más numerosa que la egipcia, había sufrido más en el combate y era menos disciplinada. Igualmente, habían perdido al hermano del rey y numerosos jefes. Muwattali habría ofrecido la paz a un Ramsés II consciente de la imposibilidad egipcia de explotar la victoria que habría aceptado el cese de las hostilidades, que no la paz, y el regreso a Egipto.
CONSECUENCIAS DE LA BATALLA
Ya se ha comentado que la batalla acabó en empate pero sin duda favoreció al bando hitita ya que conservó Kadesh y ocupó el reino de Amurrú así como Upi (Damasco). Pero en los años siguientes, los hititas no fueron capaces de enfrentarse a los egipcios y Ramsés II aseguró Canaan y Fenicia, recuperó Upi y conquistó algunas ciudades hititas. Años más tarde, la irrupción de Asiria hizo que el rey hitita Hattusil III pidiera ayuda de Ramsés II.
Posiblemente, Egipto habría evitado su desgaste y el fortalecimiento de Hatti de haber jugado la baza militar y diplomática en los decenios anteriores a Qadesh apoyando y manteniendo a Mittani como aliado en vez de dejarle sucumbir frente a los hititas. Cuando tuvo lugar el choque entre Egito y Hatti, la posición estratégica y diplomática de esta última era superior a la egipcia.
Las cambiantes circunstancias del mundo mesopotámico antiguo con el ascenso de Asirio consolidó a Egipto frente a Hatti en vísperas de la aparición de los Pueblos del Mar, pero la posición egipcia en la zona había quedado gravemente deteriorada.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
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20:30
LA ESPADA DE BOABDIL
Una espada atribuida al rey Boabdil se expone durante este mes de Septiembre en Washington cedida por el Museo de Ejército como parte de la muestra "El arte del poder" que cuenta con 75 piezas y la participación de la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, Patrimonio Nacional y la National Gallery of Art.
Esta espada es una gran desconocida para los granadinos y, siguiendo los comentarios vertidos en las páginas 163 y 164 de la recientemente publicada obra “Isabel la Católica en la Real Academia de la Historia” de Luis Suárez Fernández y otros autores, "...según opinión de los investigadores, que se basan en la documentación del marqués de Viana, donde consta que el arma procede del reparto hecho por los Reyes católicos tras la batalla de Lucena, donde fue apresado el último rey de Granada por el conde de Cabra y el alcalde de los Donceles.
La espada, si era propiedad de Boabdil, desde luego la debió recibir en herencia, ya que se considera mucho más antigua. Según Silva Santa-Cruz (2004), la ausencia de abstracción en la decoración de atauriques la fecha en un período anterior al de su reinado. Este tipo de espadas se conocen como jinetas, asociado tradicionalmente a la forma de combatir a la jineta, que trajeron a la península en el siglo XIII la tribu de los Benímerin, aunque hoy día se pone en cuestión tal hipótesis. En cualquier caso, es un arma de parada o gala extraordinaria, con una empuñadura ricamente decorada, con marfil labrado y metales preciosos con esmaltes en blanco, negro, rojo, verde y azul. La decoración combina elementos geométricos de estrellas y lacerías, con motivos vegetales naturalistas, zoomorfos y cartelas con inscripciones, traducidas por Fernández y González (1872) como "Logra tu fin / en conservarle la vida"; "En el nombre de Dios / el poderío le pertenece / y no hay otra divinidad que Él. / la felicidad proviene de Dios único"; "El milagro es propiedad de Dios; / porque ciertamente la primera vez / no conocen a Dios los ignorantes, / pues su constumbre es el error"; "Dí, Él es Dios único, / Dios eterno, no engendró / ni fue engendrado"; "Dios es el clemente y misericordioso / Dios es el dotado de mejor memoria". La hoja de acero parece añadida con posterioridad y presenta como marca una S dentro de un círculo de puntos.
La espada de Boabdil se conserva en el Museo del Ejército de Madrid, con número de inventario 24902, donada al entonces Museo de Artillería por María del Carmen Pérez de Barradas y Bernuy, marquesa viuda de Villaseca y marquesa de Viana".
NOTA: las imágenes reproducen la espada y un sello postal español inspirado en ella de 1.975.
NOTA: las imágenes reproducen la espada y un sello postal español inspirado en ella de 1.975.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
19 de Septiembre de 2009
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sábado, 19 de septiembre de 2009
21:52
INTRODUCCIÓN A LAS GUERRAS MÉDICAS
Preliminares.
Los griegos usaban los términos “medo” y “persa” como sinónimos aun cuando Media era sólo una región que inicialmente a su oeste acabó integrándose por conquista en el Imperio persa. Por habernos llegado el conocimiento de los hechos fundamentalmente a través de fuentes griegas, especialmente Heródoto, llamamos Guerras Médicas al conflicto que durante la segunda mitad del siglo V antes de Cristo enfrentó al Imperio persa al que apoyaron algunos griegos , de un lado, y parte de las ciudades griegas, de otro.
Los antecedentes más inmediatos de las Guerras Médicas se encuentran en la sublevación jonia de las ciudades griegas del Asia Menor contra el dominio persa. Estas ciudades, que disfrutaban de cierta independencia bajo dominio lidio, fueron incorporadas al Imperio persa tras la derrota en el 546 antes de Cristo del Rey Creso de Lidia ante el persa Ciro. Desde entonces un creciente resentimiento se apoderó de los jonios al comprobar que el dominio persa, bajo el cual seguían disfrutando de alguna independencia, no les favorecía porque Darío I, sucesor de Ciro, apoyó en contra de ellos el desarrollo comercial de los fenicios, integrantes más antiguos de su Imperio y tradicionalmente rivales comerciales de los griegos. En este contexto, Aristágoras, tirano de Mileto, pidió ayuda a los helenos en -499 y concitó a los jonios a un levantamiento armado. Sólo respondieron Atenas enviando 20 barcos y Eretria 5. Las fuerzas griegas iniciaron la campaña destruyendo Sardes, capital de la satrapía persa de Lidia, mientras que su flota recuperaba Bizancio. La reacción persa destruyó al ejército griego en Éfeso y su flota en Lade tras lo cual comenzó la reconquista de las ciudades jonias a la que siguió una dura represión que se cobró numerosísimas vidas y significó la esclavitud para gran parte de los supervivientes.
Primera Guerra Médica
Sometida la rebelión jonia Darío I decidió castigar quienes la habían apoyado (1). La flota persa, dirigida por su sobrino Artafernas, conquistó las islas Cícladas y Eubea en -490 y sus fuerzas al mando de Datis desembarcaron en la llanura de Maratón. Temístocles (2) impone su criterio de presentar batalla a los persas y estos sufren una gran derrota con más de 6.000 hombres contra los 192 de los griegos, incluido el Polemarco Calímaco, según Heródoto. Reembarcado el ejército persa Milcíades ordena a sus fuerzas dirigirse a Atenas a marchas forzadas precedido por el corredor Filípides que cayó muerto tras llegar a la ciudad e informar de la victoria, gesta en cuya memoria se realiza la prueba de carrera llamada como la batalla. Cuando Artafernes llega frente a Atenas comprueba que el ejército griego está esperándole y que el suyo se encuentra desmoralizado por lo que decide no intentar un nuevo desembarco y retirarse al Asia Menor.
Segunda Guerra Médica.
Jerjes, sucesor de Darío, empeñado durante los primeros años de su reinado en reprimir revueltas internas, había enviado embajadores a las ciudades griegas para pedirles tierra y agua como símbolos de sumisión. Aunque algunas se los ofrecieron no lo hicieron Atenas ni Esparta. En esta última se les respondió “tendréis toda la tierra y el agua que queráis” y se les arrojó a un pozo tras lo cual se sucedieron augurios nefastos que fueron atribuidos por los lacedemonios o espartanos a la ira de los dioses por tal acto. Dos ciudadanos se ofrecieron para entregarse en sacrificio a los persas y se presentaron a Jerjes en Susa. Siendo obligados a postrarse ante él se resistieron diciendo: “Rey de los medos, los lacedemonios nos han enviado para que puedas vengar en nosotros la muerte dada a tus embajadores en Esparta”, pero Jerjes les respondió que su muerte no liberaría a Esparta de la deshonra y que no iba a perpetrar en ellos el mismo crimen. En -480 el ejército persa, estimado en medio millón de hombres aunque la tradición griega habla de millones, inicia la campaña contra Grecia. Heródoto nos cuenta que para cruzar el Helesponto se construyó un grandioso pontón que desbaratado por una tormenta hizo a Jerjes ordenar que se dieran mil latigazos al mar como castigo. Una vez superado el Helesponto y en territorio griego las fuerzas terrestres persas avanzaban con el cercano apoyo de su flota que bordeaba la costa construyéndose un canal para sustraer a sus barcos de las agitadas aguas del cabo del Monte Athos. Los griegos esperaron con escasas fuerzas a los persas en el desfiladero de las Termópilas, lugar en el que por ser un estrecho paso rodeado de infranqueables montañas la superioridad numérica enemiga no podría ser empleada. Los persas son detenidos durante días sufriendo muchas pérdidas y solamente la traición de un griego, Efialtes, les permite encontrar un paso en las montañas para cercar a los griegos. Estos, viéndose perdidos, proceden a replegarse mientras cubre la retirada un reducido grupo que encontrará la muerte en el que están los famosos 300 de Leónidas junto con 700 tespianos. Tras esta batalla la Grecia continental queda expedida a los invasores mientras la flota griega evacua la población no combatiente de Atenas hasta la cercana isla de Salamina desde la que se puede ver su saqueo e incendio por las tropas al mando de Mardonio. Un ardid de Temístocles hace caer a la flota persa en una trampa en la que es destruida. Temístocles plantea entonces llevar las operaciones al Asia Menor e incitar la sublevación de las ciudades jónicas pero Esparta se opone temiendo que el alejamiento de la flota desproteja el Peloponeso. En -479 Mardonio vuelve a invadir el Ática y por segunda vez se evacua la población no combatiente a Salamina y la ciudad es destruida por los invasores. Fuerzas espartanas convergen y el ejército griego al mando del espartano Pausanias persigue a los persas que se repliegan hacia el norte hasta alcanzarles y derrotarles en la batalla de Platea en -478. Poco después la derrota de la flota persa en Micala y un levantamiento jonio en Asia Menor inclinan la balanza de la guerra del lado griego.
Tercera Guerra Médica.
Tras la Segunda Guerra Médica se funda la Liga Ático-Délica y Atenas asume una posición de hegemonía entre los griegos que mantendrá hasta su derrota en la Guerra del Peloponeso. Tucídides llama Pentecontecia al tempo que transcurre desde la batalla de Platea en -478 y el inicio de la Guerra del Peloponeso (4), conflicto que enfrentó a las ciudades de la Liga del Peloponeso dirigidas por Esparta con las de la Liga de Delos dirigidas por Atenas. Entre el fin de la Segunda Guerra Médica y la Guerra del Peloponeso aun se iniciaría una Tercera Guerra Médica el -471. Temístocles, que había caído en descrédito ante su pueblo, es exiliado y se pasa al bando persa que tienen en Artajerjes I un nuevo Rey. Cimón, hijo de Milcíades (que fue rival de Temístocles) pasa al Asia Menor y derrota a los persas en el río Eurimedonte el -465. Pero Cimón también cae en desgracia y es desterrado pasando poco después Pericles a controlar el gobierno de Atenas. Pericles, que prosigue la guerra contra Persia, llama a Cimón y finalmente se acuerda la llamada Paz de Cimón el -448 (5) en virtud de la cual Persia renuncia a la conquista de Grecia.
El fin de las Guerras Médicas supuso el comienzo de la decadencia del Imperio persa y el ascenso del mundo griego, la independencia de las ciudades griegas del Asia Menor, el protagonismo de Atenas entre los griegos y el contacto entre las culturas griega y persa. Tras las Guerras Médicas los persas combatirían apoyando en varias ocasiones a los espartanos y sus aliados contra Atenas y los suyos en las Guerras del Peloponeso. Si bien es cierto que el peligro de invasión de Grecia había desaparecido también lo es que la rivalidad entre ambas partes se mantuvo hasta la gesta de Alejandro Magno.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
Granada, 17 de Agosto de 2009
(1) Según Heródoto Darío preguntó: “¿Quiénes son esos que se hacen llamar atenienses?”; pidió: “¡Oh Ormuz, dame ocasión de vengarme de los atenienses!”; ordenó a uno de sus servidores que cada vez que se sentara a la mesa le dijera tres veces al oído “Señor, acordaos de los atenienses”.
(2) En Atenas, cada vez más consciente del peligro que se avecina, Temístocles, elegido arconte en -493, impulsa la construcción de una poderosa armada y para ello se fortifica el puerto de El Pireo que pasa a ser una poderosa base naval con importantes astilleros. Milcíades, originario de Asia Menor, discrepaba de Temístocles además de por ser rivales políticos por considerar que era más importante un poderoso ejército terrestre.
(3) Maratón se encuentra en la costa oriental del Ática, lugar recomendado por Hipias, anterior tirano de Atenas que desde su exilio se unió a los persas. Su opinión era que se trataba del lugar más idóneo para el empleo de la caballería persa.
(4) Con la Guerra Arquidámica el -432.
(5) Aunque parece que el tratado no lo firmó Cimón por parte griega si no Calias.
Los griegos usaban los términos “medo” y “persa” como sinónimos aun cuando Media era sólo una región que inicialmente a su oeste acabó integrándose por conquista en el Imperio persa. Por habernos llegado el conocimiento de los hechos fundamentalmente a través de fuentes griegas, especialmente Heródoto, llamamos Guerras Médicas al conflicto que durante la segunda mitad del siglo V antes de Cristo enfrentó al Imperio persa al que apoyaron algunos griegos , de un lado, y parte de las ciudades griegas, de otro.
Los antecedentes más inmediatos de las Guerras Médicas se encuentran en la sublevación jonia de las ciudades griegas del Asia Menor contra el dominio persa. Estas ciudades, que disfrutaban de cierta independencia bajo dominio lidio, fueron incorporadas al Imperio persa tras la derrota en el 546 antes de Cristo del Rey Creso de Lidia ante el persa Ciro. Desde entonces un creciente resentimiento se apoderó de los jonios al comprobar que el dominio persa, bajo el cual seguían disfrutando de alguna independencia, no les favorecía porque Darío I, sucesor de Ciro, apoyó en contra de ellos el desarrollo comercial de los fenicios, integrantes más antiguos de su Imperio y tradicionalmente rivales comerciales de los griegos. En este contexto, Aristágoras, tirano de Mileto, pidió ayuda a los helenos en -499 y concitó a los jonios a un levantamiento armado. Sólo respondieron Atenas enviando 20 barcos y Eretria 5. Las fuerzas griegas iniciaron la campaña destruyendo Sardes, capital de la satrapía persa de Lidia, mientras que su flota recuperaba Bizancio. La reacción persa destruyó al ejército griego en Éfeso y su flota en Lade tras lo cual comenzó la reconquista de las ciudades jonias a la que siguió una dura represión que se cobró numerosísimas vidas y significó la esclavitud para gran parte de los supervivientes.
Primera Guerra Médica
Sometida la rebelión jonia Darío I decidió castigar quienes la habían apoyado (1). La flota persa, dirigida por su sobrino Artafernas, conquistó las islas Cícladas y Eubea en -490 y sus fuerzas al mando de Datis desembarcaron en la llanura de Maratón. Temístocles (2) impone su criterio de presentar batalla a los persas y estos sufren una gran derrota con más de 6.000 hombres contra los 192 de los griegos, incluido el Polemarco Calímaco, según Heródoto. Reembarcado el ejército persa Milcíades ordena a sus fuerzas dirigirse a Atenas a marchas forzadas precedido por el corredor Filípides que cayó muerto tras llegar a la ciudad e informar de la victoria, gesta en cuya memoria se realiza la prueba de carrera llamada como la batalla. Cuando Artafernes llega frente a Atenas comprueba que el ejército griego está esperándole y que el suyo se encuentra desmoralizado por lo que decide no intentar un nuevo desembarco y retirarse al Asia Menor.
Segunda Guerra Médica.
Jerjes, sucesor de Darío, empeñado durante los primeros años de su reinado en reprimir revueltas internas, había enviado embajadores a las ciudades griegas para pedirles tierra y agua como símbolos de sumisión. Aunque algunas se los ofrecieron no lo hicieron Atenas ni Esparta. En esta última se les respondió “tendréis toda la tierra y el agua que queráis” y se les arrojó a un pozo tras lo cual se sucedieron augurios nefastos que fueron atribuidos por los lacedemonios o espartanos a la ira de los dioses por tal acto. Dos ciudadanos se ofrecieron para entregarse en sacrificio a los persas y se presentaron a Jerjes en Susa. Siendo obligados a postrarse ante él se resistieron diciendo: “Rey de los medos, los lacedemonios nos han enviado para que puedas vengar en nosotros la muerte dada a tus embajadores en Esparta”, pero Jerjes les respondió que su muerte no liberaría a Esparta de la deshonra y que no iba a perpetrar en ellos el mismo crimen. En -480 el ejército persa, estimado en medio millón de hombres aunque la tradición griega habla de millones, inicia la campaña contra Grecia. Heródoto nos cuenta que para cruzar el Helesponto se construyó un grandioso pontón que desbaratado por una tormenta hizo a Jerjes ordenar que se dieran mil latigazos al mar como castigo. Una vez superado el Helesponto y en territorio griego las fuerzas terrestres persas avanzaban con el cercano apoyo de su flota que bordeaba la costa construyéndose un canal para sustraer a sus barcos de las agitadas aguas del cabo del Monte Athos. Los griegos esperaron con escasas fuerzas a los persas en el desfiladero de las Termópilas, lugar en el que por ser un estrecho paso rodeado de infranqueables montañas la superioridad numérica enemiga no podría ser empleada. Los persas son detenidos durante días sufriendo muchas pérdidas y solamente la traición de un griego, Efialtes, les permite encontrar un paso en las montañas para cercar a los griegos. Estos, viéndose perdidos, proceden a replegarse mientras cubre la retirada un reducido grupo que encontrará la muerte en el que están los famosos 300 de Leónidas junto con 700 tespianos. Tras esta batalla la Grecia continental queda expedida a los invasores mientras la flota griega evacua la población no combatiente de Atenas hasta la cercana isla de Salamina desde la que se puede ver su saqueo e incendio por las tropas al mando de Mardonio. Un ardid de Temístocles hace caer a la flota persa en una trampa en la que es destruida. Temístocles plantea entonces llevar las operaciones al Asia Menor e incitar la sublevación de las ciudades jónicas pero Esparta se opone temiendo que el alejamiento de la flota desproteja el Peloponeso. En -479 Mardonio vuelve a invadir el Ática y por segunda vez se evacua la población no combatiente a Salamina y la ciudad es destruida por los invasores. Fuerzas espartanas convergen y el ejército griego al mando del espartano Pausanias persigue a los persas que se repliegan hacia el norte hasta alcanzarles y derrotarles en la batalla de Platea en -478. Poco después la derrota de la flota persa en Micala y un levantamiento jonio en Asia Menor inclinan la balanza de la guerra del lado griego.
Tercera Guerra Médica.
Tras la Segunda Guerra Médica se funda la Liga Ático-Délica y Atenas asume una posición de hegemonía entre los griegos que mantendrá hasta su derrota en la Guerra del Peloponeso. Tucídides llama Pentecontecia al tempo que transcurre desde la batalla de Platea en -478 y el inicio de la Guerra del Peloponeso (4), conflicto que enfrentó a las ciudades de la Liga del Peloponeso dirigidas por Esparta con las de la Liga de Delos dirigidas por Atenas. Entre el fin de la Segunda Guerra Médica y la Guerra del Peloponeso aun se iniciaría una Tercera Guerra Médica el -471. Temístocles, que había caído en descrédito ante su pueblo, es exiliado y se pasa al bando persa que tienen en Artajerjes I un nuevo Rey. Cimón, hijo de Milcíades (que fue rival de Temístocles) pasa al Asia Menor y derrota a los persas en el río Eurimedonte el -465. Pero Cimón también cae en desgracia y es desterrado pasando poco después Pericles a controlar el gobierno de Atenas. Pericles, que prosigue la guerra contra Persia, llama a Cimón y finalmente se acuerda la llamada Paz de Cimón el -448 (5) en virtud de la cual Persia renuncia a la conquista de Grecia.
El fin de las Guerras Médicas supuso el comienzo de la decadencia del Imperio persa y el ascenso del mundo griego, la independencia de las ciudades griegas del Asia Menor, el protagonismo de Atenas entre los griegos y el contacto entre las culturas griega y persa. Tras las Guerras Médicas los persas combatirían apoyando en varias ocasiones a los espartanos y sus aliados contra Atenas y los suyos en las Guerras del Peloponeso. Si bien es cierto que el peligro de invasión de Grecia había desaparecido también lo es que la rivalidad entre ambas partes se mantuvo hasta la gesta de Alejandro Magno.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
Granada, 17 de Agosto de 2009
(1) Según Heródoto Darío preguntó: “¿Quiénes son esos que se hacen llamar atenienses?”; pidió: “¡Oh Ormuz, dame ocasión de vengarme de los atenienses!”; ordenó a uno de sus servidores que cada vez que se sentara a la mesa le dijera tres veces al oído “Señor, acordaos de los atenienses”.
(2) En Atenas, cada vez más consciente del peligro que se avecina, Temístocles, elegido arconte en -493, impulsa la construcción de una poderosa armada y para ello se fortifica el puerto de El Pireo que pasa a ser una poderosa base naval con importantes astilleros. Milcíades, originario de Asia Menor, discrepaba de Temístocles además de por ser rivales políticos por considerar que era más importante un poderoso ejército terrestre.
(3) Maratón se encuentra en la costa oriental del Ática, lugar recomendado por Hipias, anterior tirano de Atenas que desde su exilio se unió a los persas. Su opinión era que se trataba del lugar más idóneo para el empleo de la caballería persa.
(4) Con la Guerra Arquidámica el -432.
(5) Aunque parece que el tratado no lo firmó Cimón por parte griega si no Calias.
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lunes, 17 de agosto de 2009
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