Este libro pretende una desmitificación de un fenómeno
tan complejo como el de la conquista de la América española. Restall está
adscrito a la Nueva Filología (New Philology), una escuela que aúna la
Filología y la Etnohistoria a través de los documentos de una sociedad para
comprender la perspectiva que tiene de su propia historia, siendo de especial
interés para el estudio de los pueblos colonizados. Restall, en un artículo titulado
"Filología y etnohistoria. Una breve
historia de la “nueva filología” en Norteamérica" (publicado en la revista Desacatos número 7, otoño de 2001,
pps- 85-201, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, México) sostiene, refiriéndose a Mesoamérica pero entiendo
que extensible al libro que analizo, que la etnohistoria es eficaz por tres razones.
La primera por lo que, siguiendo a John Kicza, define como integridad y vigor
de las culturas indígenas hasta el presente. La segunda por la riqueza y
diversidad de las fuentes. La tercera, por "la concatenación de las actividades de un grupo diverso de
investigadores que ha creado una visión colectiva metodológica e interpretativa,
y un impulso constructivo que ha permitido la creación y el desarrollo de dicha
visión". Respecto del método añade que “la nueva filología contiene (de hecho o en potencia) los mejores
aspectos de tres posibilidades historiográficas, de acuerdo con las categorías
propuestas por Haber (1999:310-311): las ciencias sociales históricas, la
historia tradicional, y la nueva historia cultural".
Entrando a valorar el libro de Restalla, el objetivo
de estudio queda delimitado por el autor en estas palabras: "Los siete mitos de la conquista aparecen en
la leyenda de Cortés, según la cual el talento militar, la utilización de la
tecnología española más avanzada, la manipulación de los crédulos ´´indios´´ y
un emperador azteca supersticioso fueron los elementos que le permitieron
liderar un ejército de varios centenares de españoles en la osada conquista de
un imperio de millones de personas, y sentar así un precedente que servirá de
referencia para las restantes conquistas españolas en América" (pág.
19).
Como expondré a continuación, entiendo que Restall se
deja llevar por muchos prejuicios contra lo español y eso influye negativamente
en la obra que comentaré. No obstante, a pesar de sus errores, supone un
importante avance para la comprensión de la conquista.
Estructura
de la obra.
En “Introducción. Las palabras perdidas de Bernal
Díaz” (pág. 17 y ss.) Restall explica que "Este libro trata de las imágenes dibujadas por hombres como Díaz sobre
las conquistas españolas en América, así como de las imágenes elaboradas por
historiadores y otros individuos que durante los últimos cinco siglos siguieron
a Díaz..." (pág. 20). Eso pretende en siete capítulos (“Un puñado de
aventureros. El mito de los hombres excepcionales”, pág. 25 y ss.; “Ni sueldo
ni obligación. El mito del ejército del rey”, pág. 59 y ss.; “Guerreros
invisibles. El mito del conquistador blanco”, pág 81 y ss.; “Bajo el dominio de
Su Majestad el Rey. El mito de la completitud”, pág. 107 y ss.; “Las palabras
perdidas de La Manlinche. El mito de la comunicación y el fallo comunicativo”, pág.
123 y ss.; “El exterminio de los indios. El mito de la devastación indígena”, pág.
151 y ss.; “Monos y hombres. El mito de la superioridad”, pág. 189 y ss.;
concluye con el “Epílogo: La traición de Cuautémoc”, pág. 207 y ss.
Primer
mito: el de los hombres excepcionales.
Una pregunta clave y habitualmente repetida, que
Restall considera el núcleo de su libro, es la de cómo pudo un puñado de
aventureros acabar con imperios tan poderosos como los precolombinos. Restall mantiene
que los conquistadores no eran tan pocos y que los imperios conquistados no
eran tan grandes. Pero, ¿cómo puede mantener eso si el imperio mexica tenía
unos 20 millones de habitantes en medio millón de km2 y el inca una población
ligeramente inferior en 2 millones de km2? Las coronas de los Reyes Católicos
en la península ibérica sumaban medio millón de km2 y unos 7 millones de
súbditos. Restall no explica adecuadamente su afirmación pero la mantiene
relacionándolo con lo que considera otro error de los historiadores: que el
descubrimiento y conquista de América fue una gran hazaña llevada a cabo por un
grupo reducido de hombres. Esta valoración implica, según Restall, que los
historiadores hayan dado a ese escaso número de hombres la consideración de
excepcionales. Para desvirtuar su excepcionalidad mantiene que el
descubrimiento se debió a la concurrencia de diversas circunstancias
especialmente afortunadas, sobre todo económicas, que fueron estímulo y ayuda
para los conquistadores. Pone como ejemplo de ello a Colón negando que fuera un
gran descubridor incomprendido que, sólo gracias a obstinación y perseverancia,
demostró la esfericidad de la tierra. Restall defiende que su éxito se debió a
la casualidad y la fortuna y que “Cuando la corona de Castilla comprendió la
magnitud de su fracaso y de su engaño, envió un agente al Caribe para detener a
Colón y traerlo de vuelta a España encadenado” (pág. 35). La crítica de Restall
no explica los misterios colombinos (como el origen de Colón, los oscuros
intereses de las cortes europeas, los posibles viajes clandestinos a las
Américas previos al suyo, la historia del “piloto desconocido”, etc.) y sus
prejuicios quedan de manifiesto en el análisis del mito cuatro cuando dice que
la reacción de la corona fue por el incumplimiento de Colón de lo estipulado en
las Capitulaciones de Santa Fe y no por su engaño. Y Restall reconoce que la
intervención de la corona pudo deberse a la revuelta de los colonos en La
Española y a los problemas de desgobierno, circunstancias estas que no implican
que Colón dejase de ser un “hombre excepcional” en el sentido en que lo hace el
autor.
Si bien es cierto que la historiografía del siglo XX
limitó los excesos respecto de los “hombres excepcionales” entiendo que Restall
lleva demasiado lejos sus conclusiones en este sentido. Llevado de una visión
materialista, Restall desprecia la pervivencia del ideal caballeresco y
guerrero de los conquistadores españoles, de profundas raíces medievales que
arrancan de la fidelitas ibérica prerromana, un ideal templado durante los siglos
de la “Reconquista”. Sólo así podrían explicarse otras gestas contemporáneas,
como la de Castell Nuovo, en la que un tercio viejo (3.500 hombres) pereció
voluntariamente antes que rendirse a los turcos que, sitiándoles durante meses
en una proporción final de 20 a 1, les ofrecieron una salida honrosa. Restall no
explica ese sentimiento ni sus consecuencias y por ello este apartado debe ser
valorado prudentemente.
En apoyo de sus tesis, Restall mantiene que las
crónicas son exageradas, carentes de método y tendentes a ensalzar al
conquistador. No lo comparto plenamente, y valga como ejemplo que los cronistas
detallan hechos poco favorables. En este sentido, debe citarse la descripción
que Bernal Díaz hace de la tortura de Cuauhtémoc en 1521 (hecho poco honroso) y
la desaprobación que le merece su ejecución en 1525 por orden de Cortés. Si los
cronistas reflejaban hechos poco favorables, habrá que darles alguna validez a
los que son favorables.
Restall afirma que la tácticas de Cortés no son
excepcionales (páginas 47 y 48); como tampoco lo son las medidas legalistas que
adopta para garantizar la expedición o la presencia de aliados indígenas. Pero ha
de recordarse que los conquistadores adoptaron los sistemas legales y métodos
de conquista propios de la época, encontrándose en Restall lo que puede ser una
valoración negativa de los españoles. Otro ejemplo es cuando quiere considerar
providencial que Cortés fue favorecido al hablar Malinche el maya y el náhuatl.
Pero es evidente que, de no haber aparecido Malinche, los conquistadores habrían
buscado y encontrado muchos otros traductores que cumplieran su función. Lo innegable
es que los conquistadores fueron hombres con habilidades que les permitieron aprovechar
las circunstancias que se presentaron. Y eso fue precisamente lo que define su
excepcionalidad.
Segundo
mito: el ejercito del Rey .
Existe la creencia de que la conquista se hizo por
ejércitos bajo las órdenes de los reyes de España. Pero España, tal y como la
conocemos hoy, no existía. Los estados de la península ibérica eran posesiones
patrimoniales de los Habsburgo (y yo añadiría que, en los momentos iniciales de
la conquista, de los Tratámara). Explica que España nunca envió ejércitos para
la conquista, entre otras cosas porque los conquistadores no sufrieron derrotas
importantes y porque la verdadera importancia de los territorios sólo fue
conocida después de su conquista. Esta se hizo según un sistema de franquicias
ofrecido por la corona por lo que cada conquistador tenía libertad de acción. Las
huestes empleadas se vinculaban con su promotor por medio de un contrato, iban
armadas y utilizaban tácticas militares (pág. 66 y ss.) pero no pueden ser
consideradas un ejército porque ni recibieron instrucción militar, ni tuvieron una
jerarquía bien definida, ni cobraron un salario. Por el contrario, eran grupos
armados privados (pág. 71 y ss.) que obtendrían beneficio en caso de conquista.
Su reclutamiento se hacía a expensas del promotor con la promesa de riquezas,
siendo lógico que parte del personal contara con experiencia militar. Parece
que el mito del ejército del rey nació en el siglo XVII cuando los tercios
españoles habían disfrutado de una larga y merecida fama como la mejor
infantería del mundo. Restall incurre en cierta contradicción porque, precisamente
la ausencia de un ejército, implica cierta excepcionalidad de los
conquistadores, cosa que pretende negar en el punto anterior.
Tercer
mito: el conquistador blanco.
Restall
mantiene que los españoles suelen representarse combatiendo contra hordas de innumerables
indígenas (entiendo que es una visión errónea de Restalla porque la
historiografía española comprende que sin la intervención de aliados indígenas
no habría sido posible la conquista). Restall concede que no cabe duda de que
los españoles resultaron superados en número por sus enemigos pero señala que también
fueron superados en número por sus aliados nativos y por negros libres o
esclavos. Una perspectiva interesante de la obra es cuando Restalla ofrece una
visión basada en las fuentes indígenas que presenta a los españoles como actores
secundarios que participan en una guerra civil indígena de la que sacan
beneficio (página 83). Cortés usa la enemistad entre tlaxcalas y mexicas y Pizarro
se aprovecha del enfrentamiento entre los hermanos Atahualpa y Huascar. Es
evidente que, sin el apoyo de una parte de los indígenas, los conquistadores no
habrían logrado sus conquistas.
Un hecho que a menudo se olvida es que en la
conquista, además de castellanos, intervinieron indígenas y esclavos africanos.
Un ejemplo es el de Juan Valiente que, habiendo sido esclavo, luchó en Chile
junto a Valdivia alcanzando honor y propiedades (página 92). Pero Restall no
aclara porqué un negro criado en España como español en vez de esclavo ha de
ser equiparado a los esclavos negros procedentes de África. Otra vez apunta a
una excepcionalidad entre los conquistadores que pretende negar. Lo relativo a
la aportación de negros como conquistadores, en vez de como meros esclavos, es
un hecho sobre el que Restall no aporta argumentos sino suposiciones, no
obstante ser un interesante campo de estudio que puede deparar descubrimientos
inesperados.
Restalla considera que los conquistadores no deben
ser equiparados a “españoles”. En primer lugar, porque en aquella época España,
como estado, no existía, si no que era una idea relacionada con complejo
sistema de posesiones patrimoniales (entendamos que Trastámara, primero, y Austrias,
después). En segundo lugar porque en la conquista intervinieron europeos y,
como se ha dicho, elementos indígenas. El ejemplo más destacado es el de los
tlaxaltecas, que se unieron a Cortés de manera decisiva para librarse del yugo
al que le sometían los mexicas.
Cuarto
mito: el de la completitud.
La idea de "conquista española" se ha usado
porque los españoles querían describir sus logros y conquistas como hechos
consumados aunque no se dominó completamente todo el territorio, obviándose así
que determinados puntos del continente contaron con una influencia española mínima
o inexistente. Justifica la existencia de este mito en que los conquistadores necesitaban
hacer creer que la conquista era completa para cobrar recompensas pero esta
explicación me parece absurda ya que los conquistadores percibían su recompensa
al explotar el territorio conquistado. Es cierto que hubo zonas que se
sustrayeron al dominio español, pero estas, como reconoce el autor, eran marginales
o periféricas. Es lógico pensar que no podían controlarse territorios tan
extensos de manera eficaz con recursos escasos. He de añadir que habría de
esperarse a la “segunda conquista de América” en la época de los Borbones para
que avanzar en la idea de completitud. Además, el dominio no implicaba la
ocupación completa del territorio. Piénsese, por ejemplo, que Roma que ejerció influencia
cultural y soberanía los vascones aunque no los sometió plenamente.
Quinto
mito: la comunicación.
El primer encuentro entre Cortés y Moctezuma así como
el de Pizarro con Atahualpa simbolizan el choque de dos culturas. Restall
sostiene que las especulaciones sobre esos primeros diálogos han generado un
mito con dos variantes. Inicialmente prevaleció el mito de que la comunicación
había sido efectiva de acuerdo con el interés de los conquistadores de
demostrar que los nativos habían sido convertidos. Posteriormente, este mito
fue cuestionado por autores como Tzvetan Todorov que, basándose entre otros en
los escritos de Fray Bartolomé de las Casas, planteaban que no hubo
comunicación. Restall entiende que ambas formas del mito son incompletas y que los
fallos comunicativos citados en las crónicas no fueron tan favorables a los españoles
como se ha pretendido. Todavía hoy, en nuestro mundo globalizado con
innumerables medios de comunicación, existen barreras de comunicación de
carácter étnico y cultural que producen desencuentros. Es lógico pensar que en
aquella época los desencuentros hubiesen sido mayores.
Sexto mito:
la devastación indígena.
Restall señala que “El mito de los españoles como dioses ha adoptado diversas formas a lo
largo de los siglos, pero todas comparten una visión de los americanos
indígenas como sociedades tan supersticiosas, crédulas y primitivas en sus
reacciones ante los invasores que no conocen la razón ni la lógica, mientras
que los españoles son tan superiores en su tecnología y manipulación que su
presión psicológica resulta arrolladora” (pag. 174). Analizando los escritos de Gómara (en los que
no hay referencia a la deificación) y
los de Bernal Díaz, que considera erróneos al traducir mal la palabra teteoh (pag.
164 y ss.) entiende que no se identificó a los españoles con dioses. No
obstante, aun cuando no fueran considerados como tales, existió hacia ellos cierta
admiración. Para los indios, la existencia de otras razas fue una sorpresa,
pero no lo era para los europeos. El mito de la divinidad de los españoles tal
vez se diera en los primeros contactos y no porque los indígenas fueran tontos (pág.
175) sino porque el influjo de su religión era para ellos más importante de
cuanto podía serlo para aquellos conquistadores. No me parece que la cuestión
de la divinidad de los españoles fuera determinante, pero sirve para tratar el
último mito sobre el que Restalla parece tener bastantes prejuicios.
Restalla desmiente el mito de la devastación explicando
que la cultura indígena perdura durante el siglo XVI aunque le afecto la crisis
demográfica. Gran parte de los pueblos indígenas mantuvo su vitalidad étnica y
sociocultural a través de una extraordinaria capacidad de adaptación que les
permitió adoptar como propias instituciones impuestas por los conquistadores, como
el cabildo, que supuso un mecanismo para el
desarrollo municipal indígena. Restall define “una pérdida de 40 millones de personas en un siglo” como “probablemente el mayor desastre demográfico
de la historia humana” (pág.185) pero entiende que los conquistadores no
tuvieron intención de exterminar a unos indígenas que necesitaban, sino que la
mortandad se derivó a las enfermedades importadas. En este apartado estoy de acuerdo con
Restall y considero que aporta un punto de referencia interesante al señalar la
capacidad de adaptación de los indígenas.
Séptimo
mito: la superioridad de los conquistadores.
Restall sostiene que los cronistas y los
historiadores modernos, invadidos por el eurocentrismo, explicaron la conquista
con la superioridad de los españoles, siendo este uno de los mitos más sólidos
que llegó a negar la humanidad de los indígenas americanos (pág. 190). Este
mito lo explica con la idea de la voluntad divina (guiando la conquista como un
milagro y a España como un pueblo elegido) en relación con la idea de
culpabilidad de los indígenas en su derrota porque sus jefes confundieron a los
conquistadores con dioses (pág 193 y ss.). Los indígenas fueran incapaces de
hacer frente a la conquista pero explica que, fundamentalmente, hubo tres
causas de su derrota: la enfermedad, la
desunión y el uso del acero (poniendo a la espada por delante del
arcabuz y el mastín). Restall aporta varias citas de lo que considera visiones
equivocadas, pero algunas de ellas parecen más acertadas que la suya. Una de
las citas es de J. H. Elliot: “La
superioridad debía de ser más que meramente técnica, y quizá obedecía, en
última instancia, a la mayor seguridad y aplomo de la civilización que
generaron los conquistadores. En el impero inca hallaron una civilización que
había iniciado ya el declive, tras una época de esplendor; en el imperio
azteca, por otro lado, se enfrentaron a una civilización todavía joven y en
pleno proceso de evolución. Así pues, cada uno de estos imperios se vio
sorprendido cuando menos capaz era de ofrecer resistencia efectiva; ambos
carecían de seguridad en sí mismo y en su capacidad de supervivencia en un
universo dirigido por deidades implacables, y vivían constantemente al límite
de la destrucción. El conquistador, ávido de fama y riqueza, sumamente seguro
de su capacidad de obtenerlas, se plantó ante el umbral de un mundo fatalista
resignado a sucumbir; y en el nombre del a cruz lo conquistó” (pág. 193 y
194). Otra de las citas es de Benjamín Keen: "Los españoles eran hombres renacentistas, con una visión del mundo
esencialmente laica, mientras que los indios tenían una visión mucho más
arcaica, en la que el ritual y la magia desempeñaban una función importante"
(pág. 195).
Restall critica a Elliot, y de manera implícita a
Keen, diciendo que las palabras del primero contienen "gran parte de la mitología de la conquista:
ésta se logra gracias a unos pocos hombres excepcionales, ávidos de riqueza;
los imperios indígenas se destruyeron en poco tiempo; y los españoles disfrutan
de una doble ´´superioridad´´ por su desarrollo tecnológico y su civilización.
Elliot no culpa explícitamente a la religión indígena, pero se sobreentiende la
idea cuando alude al ´´mundo fatalista´´, una versión moderna de la
´´superstición´´ que atribuían a los indígenas los españoles de la era colonial.”
Entiendo que Restall no está acertado en
la crítica. Parece que su intención es dignificar a toda costa a los indígenas.
Así, por ejemplo, no habla de los sacrificios humanos que ofrecían a sus dioses
con la intención de aplacar su ira. Tampoco habla del juego de pelota que
culminaba con el sacrificio del vencedor. Ni de las guerras que permitían la
captura de prisioneros vivos para el
sacrificio. ¿Cómo se puede pensar que una mentalidad que asume esos sacrificios
no es fatalista ni supersticiosa? Los conquistadores tenían una mentalidad propia
del final de la Edad Media y del comienzo del Renacimiento pero los pueblos
precolombinos compartían muchas de las características que el mundo mediterráneo
había dejado atrás hacía siglos, o incluso milenios. Las diferencias no implican
una superioridad moral de los conquistadores (y en ese sentido nada hay que
objetar a Restalla porque los valores son subjetivos) pero suponen la
constatación de que estos disponían de medios y conceptos más modernos y
eficaces. Por algún motivo que no queda claro, Restall se opone a reconocerlo abiertamente
aunque lo hace implícitamente al menos dos ocasiones. Una es cuando dice que la
conquista fue parte de un episodio de globalización en el acceso a los recursos,
admitiendo que los pueblos del Viejo Mundo tenían cierta superioridad gracias
al potencial alimentario. Otra cuando reconoce como inevitable que tras el
descubrimiento la forma de vida precolombina estaba destinada a cambiar
drásticamente hacia adelante por el empuje de un mundo en una fase de desarrollo.
Especial
referencia al epílogo.
Gonzalo Antonio Gil del Águila
agosto de 2013